martes, 12 de marzo de 2013

El hombre del bloc verde




Ignoro en qué estación subió, pero apenas se sentó enfrente no pude dejar de observar a aquel sujeto. Tendría treinta y pocos años, vestía informal: cazadora de algodón gris parcheada por innumerables bolsillos, cerrada mediante una cremallera hasta el mismo cuello, vaqueros y zapatos marrones descuidadamente sucios. Quizás fueron los cascos de color morado a través de los cuales debía estar escuchando música los que captaron inicialmente mi atención; el tipo llevaba además un paraguas a cuadros de tamaño familiar, a pesar de que ni iba acompañado ni la noche amenazaba lluvia. De uno de los compartimentos de su mochila extrajo un pequeño bloc de notas con la tapa verde, en el que empezó a escribir compulsivamente. Parecía estar apurando las últimas hojas, lo cual invitaba a entender que trabajaba sobre un anterior manuscrito. En determinados instantes se quedaba pensativo, ajeno a todo, buscando en el techo del vagón alguna expresión tras cuyo hallazgo reanudaba la tarea. Me azoré al percibir que no podía separar mis ojos de aquel individuo, de su frenética actividad intelectual. Primero sentí profundos celos del pasajero que al lado del escribano miraba más o menos disimuladamente la libreta y el contenido a su alcance, pues yo también hubiera deseado poder echar una ojeada a aquello. Luego comprendí que quien verdaderamente me producía envidia era el hombre del bloc y el bolígrafo, el hábil artesano de las palabras que navegaba en el metro delante de mí pariendo frases con la mayor naturalidad, construyendo un secreto mundo de sensaciones.


No hay comentarios:

Publicar un comentario