domingo, 10 de marzo de 2013

Fría y gris



La mañana era fría y gris, como otras tantas. Parapetado en la trinchera, el soldado oyó un lejano estruendo y vio claramente cómo el proyectil propulsado desde las líneas enemigas se dirigía a sus posiciones. Gritó “¡Obús!” y sus compañeros se lanzaron al suelo. Mientras los más jóvenes temblaban, protegiendo con las manos sus rostros o hincando éstos en el fango, muchos veteranos apuraban rutinariamente sus cigarros. Sin embargo el vigía permaneció en pié, observando cómo se acercaba la semilla de muerte escupida a unos centenares de metros por el mortero que manejaba otro soldado tal vez semejante a él. Tal vez con mujer e hijos, aficionado a la música, al baile o a la pesca, tal vez creyente, nacido en una remota aldea, tal vez asiduo bebedor de vino, jugador de naipes, analfabeto, tal vez poseedor de un pequeño huerto y una mula. Un hombre muy probablemente detractor de las guerras, de los generales, de los oficiales y de sus órdenes asesinas; pero, con toda seguridad, un hombre ajeno al motivo y alcance de esa batalla y al insignificante valor que su miserable Dios, su miserable Patria y su miserable Rey otorgaban a sus desgraciadas vidas. Un artillero hábil, que no marró el disparo. La mañana era fría y gris y se tiñó de sangre.


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