Finalmente,
la policía dedujo que había sido el trompetista negro quien esa madrugada
arrancó el alma a una dulce balada titulada My
Funny Valentine. Ni el abigarrado atuendo, ni los ostentosos abalorios que
lucía el afroamericano consiguieron desorientar al perspicaz detective, que
pronto descubrió la ceguera que el bandman
ocultaba tras unas oscuras lentes. “Hermano,
¿de veras pensaste en algún momento que el mero hecho de exhibir ante ti una
partitura serviría para despistarnos? Quedas detenido y desde este momento
tienes derecho a permanecer en silencio”; y olvidando por un instante su
minusvalía, señaló la vieja trompeta plateada para añadir fríamente: “Cualquier nota que emita ese instrumento
podrá ser utilizada en tu contra”.
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