Nadie hubiera sospechado que aquel
hombre de mediana edad, bien rasurado y correctamente vestido que paseaba por
el interior de El Corte Inglés curioseando vitrinas de joyas, estuviese
tramando la comisión de un delito. Mientras la sonriente dependienta le mostraba
un valioso anillo de diamantes, que según dijo quería obsequiar a su novia como
regalo de pedida, lo cogió, lo introdujo en su bolsillo y salió a toda leche,
quebrando ágil y velozmente cual Messi cuarentón al grueso custodio que intentó
capturarle. Una vez franqueada la salida se detuvo y esperó en el exterior, con
las manos en la nuca, a los vigilantes que habían iniciado su persecución cuando
se activaron las alarmas. El ladrón les solicitó muy educadamente que llamasen
a la Policía, pues quería que le sometieran a un juicio rápido y le enchironasen;
estaba ya dos años en el paro, no encontraba empleo y le habían desalojado por
impago del piso que tenía alquilado. Prefería ir a la cárcel, donde al menos dispondría
de alojamiento gratis y comería de caliente. Se trataba, en definitiva, de que
la sociedad y sus representantes le devolvieran lo que le habían quitado,
directa o indirectamente.
Lo que no sabía el pobre desgraciado, porque no estaba al día de las últimas noticias, es que ya no había Policía, ni Juzgados, ni Prisiones. El Gobierno había suprimido todos esos servicios, por deficitarios. Tendría pues que conformarse con una buena paliza.
Lo que no sabía el pobre desgraciado, porque no estaba al día de las últimas noticias, es que ya no había Policía, ni Juzgados, ni Prisiones. El Gobierno había suprimido todos esos servicios, por deficitarios. Tendría pues que conformarse con una buena paliza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario