Sueño con una mañana en que todas
esas injusticias que traspasan mi piel y me desangran de odio emprendan un
vuelo hacia el sol y se derritan en el camino. Sueño con unos gobernantes sensibles,
dotados de unos miligramos de honradez, cordura y humanidad, que aprueben
presupuestos con un exagerado superávit de sonrisas y un irrecuperable déficit
de llantos. Sueño con un ejército de paz que bombardee el hambre y la miseria,
que dispare cañonazos de bienestar, que invada los territorios de la tristeza y
conquiste para todos la felicidad. Sueño con una economía pintada por Van Gogh.
Sueño con un mundo libre, sin fronteras ni patrias, sin príncipes azules, sin
ídolos espirituales ni estadistas indispensables, sin rencores ni redentores. Sueño
con un pueblo lúcido, generoso y tolerante, adicto al pensamiento, que valore
la cultura en los museos, en las bibliotecas, en los teatros o en los grafitis
callejeros. Sueño con una sociedad en colores: sin mayorías ni minorías, sin
vencedores ni vencidos. Sueño con un día que contenga ochenta y seis mil
cuatrocientos segundos de puro amor. Sueño con personas que también sueñan. Sueño.
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