El
dolor retuerce mis entrañas en este lecho de arena mientras vomito oscuros
borbotones de sangre y la muerte, cercana, me acecha. Son unos perturbados. Arrancado
de mi familia, me condujeron al macabro escenario donde ahora me mortifican con
sus brillantes armas. Ni los agrios quejidos ni la mirada suplicante han infundido
un ápice de compasión en tan hábiles y despiadados verdugos. Incapaz de
resistir un nuevo martirio, he caído finalmente de rodillas expresando una
rendición inequívoca. Aún así, entre los
bárbaros hay quien con aspecto todavía más desequilibrado y detrás de un humeante
habano, clama desde el tendido: “¡Descabello!”
No hay comentarios:
Publicar un comentario