martes, 26 de noviembre de 2013

La apuesta




Ellos, siempre tan inmaduros, se lo tomaron como una simple apuesta. Yo estaba seguro de que se trataba de un inédito experimento sociológico. No hay huevos, me dijeron. Hay huevos de sobra, pero no os voy a dar el gustazo de hacerlo gratis. Si deseáis espectáculo tenéis que pagarlo y yo pongo el precio: trescientos euros; si queréis lo tomáis, si no, olvidaos. Los cinco se reunieron en un apartado corrillo y tras varios cuchicheos Jorge, el líder, se volvió hacia mí para comunicarme que aceptaban, pero que si no cumplía habría de apoquinar la pasta sin dilaciones. De acuerdo, pasado mañana es lunes, todo comenzará a las ocho y acabará a las cinco de la tarde del viernes. Sellamos el compromiso palmeando nuestras manos y nos despedimos hasta la semana siguiente.

Como cada día de clase, el lunes tomé el autobús que me llevaría al Instituto. El chófer primero me miró con aspecto incrédulo y luego no pudo reprimir un gesto despectivo, como queriendo expresar ¡vaya pedazo de tarado! Los pasajeros imitaron el mohín del conductor y noté que algún chico más joven me observaba con relativo temor.

En el cole los compis (incluidos los cinco perdedores) se descojonaban de mí por los pasillos, lo cual no dejaba de ser un riesgo calculado, asumido y controlado. Lo que no tenía demasiado claro era cómo reaccionarían los profesores. La de Filosofía se lo tomó con bastante ídem., aunque me mandó a la última fila, prohibiendo las miradas hacia atrás de los colegas. Pero a segunda hora teníamos al Foca, el sujeto que impartía Geografía e Historia y el primer día de clase nos flipó a todos preguntando, desde el abismo de su poblado bigote, dónde estaba Milwaukee, como si eso le importara una mierda a alguien. Como era previsible, el Foca se mostró inflexible y me llevó al despacho del Director. Éste intentó convencerme de mi inadecuado proceder, de que me dejase de absurdos juegos que solo contribuían a desestabilizar el ambiente del centro. Me prometió evitar represalias y no avisar a mis padres. Le contesté que no era un juego sino un trabajo de campo que iba a durar hasta el viernes y que estaba en mi derecho de vestir como me diera la real gana. El muy obtuso se cerró en banda, lo que me obligó a confirmarle repetidas veces que mi decisión era inapelable. Bien, chaval, pues tu investigación no se llevará a cabo en mi Instituto, estás expulsado por una semana, vuelve el lunes que viene e intenta no tocar más los cojones; pasa por Secretaría, en diez minutos te daremos un escrito para tus padres. Espero que te impongan un duro castigo. Deje en paz a mis padres, Director, ellos a diferencia de usted me conocen y saben cómo tratarme. Son personas modernas, comprensivas y liberales, no como ustedes, que parecen muertos vivientes enarbolando continuamente doctrinas y prejuicios trasnochados. Mira chico, lárgate antes de que me cabree más y te meta un paquete importante. ¡Adiós muy buenas!


Cuando llegué a casa, convencido de que aquellos tarugos no iban a soltar la mosca pero que tampoco se atreverían a reclamar ni un céntimo, me desprendí del disfraz de espermatozoide y puse a todo volumen a los Vampire Weekend.


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