Ellos, siempre tan inmaduros, se lo
tomaron como una simple apuesta. Yo estaba seguro de que se trataba de un
inédito experimento sociológico. No hay huevos, me dijeron. Hay huevos de
sobra, pero no os voy a dar el gustazo de hacerlo gratis. Si deseáis espectáculo
tenéis que pagarlo y yo pongo el precio: trescientos euros; si queréis lo
tomáis, si no, olvidaos. Los cinco se reunieron en un apartado corrillo y tras
varios cuchicheos Jorge, el líder, se volvió hacia mí para comunicarme que
aceptaban, pero que si no cumplía habría de apoquinar la pasta sin dilaciones.
De acuerdo, pasado mañana es lunes, todo comenzará a las ocho y acabará a las cinco
de la tarde del viernes. Sellamos el compromiso palmeando nuestras manos y nos
despedimos hasta la semana siguiente.
Como cada día de clase, el lunes
tomé el autobús que me llevaría al Instituto. El chófer primero me miró con
aspecto incrédulo y luego no pudo reprimir un gesto despectivo, como queriendo expresar
¡vaya pedazo de tarado! Los pasajeros imitaron el mohín del conductor y noté
que algún chico más joven me observaba con relativo temor.
En el cole los compis (incluidos
los cinco perdedores) se descojonaban de mí por los pasillos, lo cual no dejaba
de ser un riesgo calculado, asumido y controlado. Lo que no tenía demasiado claro
era cómo reaccionarían los profesores. La de Filosofía se lo tomó con bastante
ídem., aunque me mandó a la última fila, prohibiendo las miradas hacia atrás de
los colegas. Pero a segunda hora teníamos al Foca, el sujeto que impartía Geografía e Historia y el primer día
de clase nos flipó a todos preguntando, desde el abismo de su poblado bigote,
dónde estaba Milwaukee, como si eso le importara una mierda a alguien. Como era
previsible, el Foca se mostró
inflexible y me llevó al despacho del Director. Éste intentó convencerme de mi
inadecuado proceder, de que me dejase de absurdos juegos que solo contribuían a
desestabilizar el ambiente del centro. Me prometió evitar represalias y no
avisar a mis padres. Le contesté que no era un juego sino un trabajo de campo que
iba a durar hasta el viernes y que estaba en mi derecho de vestir como me diera
la real gana. El muy obtuso se cerró en banda, lo que me obligó a confirmarle repetidas
veces que mi decisión era inapelable. Bien, chaval, pues tu investigación no se
llevará a cabo en mi Instituto, estás expulsado por una semana, vuelve el lunes
que viene e intenta no tocar más los cojones; pasa por Secretaría, en diez
minutos te daremos un escrito para tus padres. Espero que te impongan un duro
castigo. Deje en paz a mis padres, Director, ellos a diferencia de usted me
conocen y saben cómo tratarme. Son personas modernas, comprensivas y liberales,
no como ustedes, que parecen muertos vivientes enarbolando continuamente
doctrinas y prejuicios trasnochados. Mira chico, lárgate antes de que me cabree
más y te meta un paquete importante. ¡Adiós muy buenas!
Cuando llegué a casa, convencido de
que aquellos tarugos no iban a soltar la mosca pero que tampoco se atreverían a
reclamar ni un céntimo, me desprendí del disfraz de espermatozoide y puse a
todo volumen a los Vampire Weekend.
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