lunes, 16 de diciembre de 2013

Negra Navidad




Desde mi ventana observo cómo nieva en el centro de la ciudad, cómo se cubren de copos las aceras. Provenientes de unos grandes almacenes, fluyen hasta mis tímpanos esas pastosas y cansinas melodías americanas.

Es de noche y tengo frío.

Distingo el continuo transitar de personas cargadas con regalos bien ocultos en paquetes y bolsas. Las luces decorativas se proyectan en los coches que desfilan sobre el húmedo asfalto y con su parpadeo iluminan intermitentemente mi oscura habitación.

Es de noche y siento hambre.

Sin proponérmelo, me asalta el nítido recuerdo de las Nochebuenas de mi niñez. Aquellas copiosas cenas junto a la familia, que rematábamos interpretando villancicos de letras fáciles aunque absurdas, mientras aporreábamos unas resignadas panderetas.

Es de noche y me encuentro solo.

Desde que te fuiste, ya no existe nada que merezca celebrar. Ni siquiera que esta mañana en el hospital me hayan asegurado que el tumor es benigno. De buena gana hubiera golpeado al médico que me informó, sonriendo, que se aplazará nuestro reencuentro.

Es de noche y estoy llorando.


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