martes, 18 de noviembre de 2014

Oscar Wilde y la importancia de la imaginación




En su obra "La decadencia de la mentira" (1889), Oscar Wilde (1854-1900) nos obsequia con su opinión personal sobre otros importantes literatos de su época.

  • Sobre Robert Louis Stevenson (1850-1894) dice que es un maestro de la prosa delicada y caprichosa, pero que está contaminado por el vicio de la "verdad". "La flecha negra" es tan inartística que no contiene ni un solo anacronismo digno de nota, mientras que la transformación del doctor Jeckyll se asemeja peligrosamente a un experimento de "The Lancet"
  • Henry James (1843-1916) escribe historias de ficción como si fuera un deber penoso y dilapida en motivos mezquinos y "puntos de vista" imperceptibles su pulcro estilo literario, sus frases felices, su sátira certera y cáustica.
  • George Meredith (1828-1909): ¿Quién puede definirle? Su estilo es el caos iluminado por fulgores de relámpago. Como escritor ha dominado todo menos el lenguaje; como novelista sabe hacerlo todo menos contar una historia; como artista lo único que le falta es saber expresarse. Será lo que será, pero realista no es. O mejor diría yo que es un hijo del realismo que no se habla con su padre. por elección deliberada se ha afiliado al romanticismo. Aunque su noble espíritu no se revolviera contra los ruidosos asertos del realismo, su solo estilo sería más que suficiente para mantener la realidad a una distancia de respeto.
  • Honoré de Balzac (1799-1850) posee la más notable combinación del temperamento artístico con el espíritu científico. Lo segundo lo legó a sus discípulos. Lo primero era privativo de él. "Todos los personajes de Balzac", dijo Baudelaire, "están dotados del mismo ardor de vida que latía en él. Todas sus ficciones tienen el vivo colorido de los sueños. Cada mente es un arma cargada de voluntad hasta la boca. Hasta los marmitones son geniales". La frecuentación de Balzac reduce a nuestros amigos vivos a sombras , y a  nuestros conocidos a sombras de sombras. Sus personajes poseen una existencia como de llama ardiente. Nos dominan y desafían al escepticismo. Admito, sin embargo, que dio demasiado valor a la modernidad de la forma. 
  • Guy de Maupassant (1850-1893), con su aguda ironía mordaz y su estilo vívido y duro, desnuda a la vida de los pocos harapos que todavía la cubren para mostrarnos la llaga hedionda y la herida purulenta. Escribe pequeñas tragedias escabrosas donde todo el mundo es ridículo, comedias amargas donde las lágrimas no dejan reír.
  • Émile Zola (1840-1902), fiel al enaltecido principio que establece en uno de sus pronunciamientos sobre literatura (L'homme de génie n'a jamais d'esprit), está resuelto a demostrar que, a falta de genio, por lo menos sabe ser pesado. ¡Y cómo lo logra! Su obra es un puro yerro de principio a fin, y no en lo moral sino en lo artístico. Desde cualquier punto de vista ético es como debe ser. El autor es absolutamente veraz, y describe las cosas exactamente como suceden. ¿Qué más podría desear un moralista? Los vicios de sus personajes son sórdidos, y sus virtudes más sórdidas aún. La crónica de sus vidas carece por completo de interés. ¿Qué más nos da lo que les suceda? En la literatura pedimos distinción, encanto, belleza y fuerza imaginativa. No queremos que nos aflijan y nos asqueen con la crónica de lo que hacen las clases inferiores.
  • Alphonse Daudet (1840-1897) vale más. Posee ingenio, pluma ligera y estilo ameno.Pero últimamente ha incurrido en un suicidio literario. Ahora que sabemos que sus personajes proceden directamente de la realidad nos parece que de pronto han perdido toda su vitalidad, las pocas cualidades que poseían. Las únicas personas de verdad son las que nunca existieron, y si un novelista tiene la vileza de tomar de la vida sus personajes, al menos debería aparentar que son creaciones y no hacer alarde de que son copias. Lo que justifica a un personaje de novela no es que otras personas sean como son, sino que el autor sea como es. De otro modo la novela no es una obra de arte.

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