Había
escrito cien veces "te quiero". Con mano temblorosa, en el reverso de
un folleto publicitario. Con otro de colores y gran dosis de paciencia, el
anciano confeccionó una flor rudimentaria. Entró con sigilo en el dormitorio y
depositó aquellos regalos sobre la mesita de noche de su esposa, a la que besó
en la frente. Era su homenaje en el quincuagésimo aniversario de matrimonio.
Ahora ya podría llamar a sus hijos para decirles que se suspendían las
celebraciones, que su madre había muerto.
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