viernes, 30 de octubre de 2015

El cazador del cuento




A ese personaje secundario, al que según la leyenda la malvada madrastra encargó que matase a Blancanieves y le llevase su corazón en un cofrecillo como prueba del crimen, mucha gente ha llegado a santificarlo. Pero no. Ya está bien. Es hora de contar la verdad, de acabar con los fraudulentos mitos de los cuentos infantiles. Ese tipo era un auténtico granuja, un psicópata, además de un incompetente supino.

Lo que sucedió en realidad es que Blancanieves no era tan palurda como la pintan, y se olió la tostada. Sabía que aquel malcarado individuo, con barba de varios días y una pestuza a sudor que no se podía aguantar, no le acompañaba precisamente para coger florecillas silvestres. Que lo más probable era que tramase violarla, venderla como esclava sexual, matarla y vender sus órganos (todos menos el corazón, pero eso ella no lo sospechaba). Como consecuencia, en un momento dado la princesa le despistó diciendo que a través de la espesura del bosque acababa de ver un jabalí; el idiota se lo tragó y fue a buscarlo. Hay que tener en cuenta que en aquella época, en la que aún no existía la Organización Mundial de la Salud, un jabalí era un jabalí y el hombre, que iba de sobrado por el encargo que le había hecho la reina, sin saber que había sido elegido por descarte, casi, casi como plan Z, pensó que podía cazar al puerco y luego beneficiarse a la doncella. Pero cuando volvió, ésta ya había desaparecido.

El muy inútil tuvo sin embargo la enorme suerte de que pasara por allí, en ese momento, el octavo enano, el enano pedante, un capullo insufrible que como de costumbre se había escaqueado de su trabajo en la mina y empezó a vacilar con supuestos conocimientos cinegéticos. Mientras el enano soltaba el rollo, el cazador sacó un puñal y le rebanó el pescuezo. Luego extrajo su corazón y se lo llevó a la reina, asegurando que era el de Blancanieves.

Ya conocéis la verdadera historia. El cazador no era ningún bendito, era un maníaco sexual y un homicida (enanicida/pedanticida, para ser rigurosos). Así es que, la próxima vez que queráis poner una medalla a alguien, informaos bien o preguntadme antes.

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