sábado, 3 de octubre de 2015

El timo



Me dejé estafar. En el anuncio decían que con aquellas gafas tan baratas vería con claridad el interior de la gente, pero era una burda mentira. No solo la seguía viendo vestida, sino que detectaba (a través del veloz aunque perceptible movimiento de sus neuronas) cuál era su pensamiento. Como el de aquel policía municipal, que al lado de la puerta de su propia casa multaba un coche bien aparcado, solo porque era propiedad del amante de su mujer, a la que se estaría beneficiando en aquel preciso momento. Como el de la camarera del bar, maldiciendo al cliente que solo había dejado unos céntimos de propina cuando su sueldo no alcanzaba para alimentar a su numerosa prole. Como el del ejecutivo del maletín, que caminaba acobardado por la abultada suma de dinero contante y sonante que transportaba. Como el de la rubia del escote que me crucé mirándome de soslayo, tachándome de viejo sátiro. Como el de mi imagen en el espejo, que repite una y otra vez «Eres un fracasado de mierda»


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