Mostrando entradas con la etiqueta Cuento. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Cuento. Mostrar todas las entradas

lunes, 1 de julio de 2013

¡Con dos colchones!




Colchones Cabezón. Ése era el nombre de la importante fábrica de don Félix Cabezón, un hombre muy rico que tenía una gran y bonita casa, un lujoso coche, una mujer despampanante y un perrito con noble pedigrí. Además, el empresario se relacionaba con muchos clientes y proveedores, otros fabricantes y algunos políticos, con los que a menudo se reunía para comer o cenar en restaurantes de alto standing donde servían mucho marisco y vinos de leyenda. Allí contaban muchos chistes de bajo standing y se criticaba a otros clientes y proveedores, a otros fabricantes y a otros políticos, aunque a veces también se sellaba algún negocio, bueno para todas las partes. Pero el señor Cabezón, pobrecito, aunque conocía a mucha gente con la que comía, bebía, bromeaba, refería chascarrillos e incluso hacía negocietes, no tenía ni un solo amigo.

Tal vez por ello, quién sabe, el colchonero se dedicó a espiar a sus empleados cuando éstos coincidían en las pausas del almuerzo y la comida. Todo comenzó cuando, un buen día, se le ocurrió observarles a través del ventanal de su despacho situado en el primer piso. Nunca ocultaban su jovialidad en el comedor de la empresa mientras parecían relatar anécdotas familiares y proyectar humildes planes para su tiempo libre, tiempo que Félix solía emplear en acompañar a su esposa Piluca de boutiques o al cirujano plástico, pasear a Chochín, limpiar la piscina o pasar el cortacésped por el jardín. Tanta atracción afloró en el patrón por las vidas de sus asalariados, que instaló micrófonos ocultos en el refectorio para tener completo acceso a sus comentarios y poder conocerles mejor. Tras algunas semanas vigilando al personal, Félix comprendió que aquellos seres, que no tenían ni grandes ni bonitas casas, ni lujosos coches, ni mujeres, maridos o perritos de diseño, que por su culpa ni siquiera disponían de unos sueldos medianamente decentes, eran sin embargo medianamente felices. Y que su mediana felicidad no dependía de la mediana o pequeña cantidad de dinero que pudiesen atesorar o gastar, sino de la sencilla actitud de acomodarse a sus particulares y miserables insuficiencias, valorando lo necesario y eludiendo lo superfluo, todo ello sobre una sólida base viscoelástica de amor y amistad.

Cabezón empezó a admirar con envidia a sus trabajadores porque, poseyendo muchísimo menos que él, demostraban más alegría y deseos de vivir. Para asombro de la plantilla, determinó pasear con frecuencia por la fábrica, preguntando a Paco si su hijo ya se había recuperado de la neumonía, consultando a Asunción cómo le iba a su madre en la residencia, aconsejando a Federico que cambiase de mecánico, etcétera, etcétera. Una tarde les reunió para anunciarles que, como las cosas marchaban bien, iba a abonarles una paga extra a final de mes. Poco tiempo después, Félix bajaba a comer diariamente con sus subordinados. La tensión y suspicacia mostradas al principio por todos ellos fue remitiendo a medida que se acostumbraron a su amable compañía y a los chistes malos, de bajo standing, que contaba. Aunque era el dueño de la fábrica y a pesar de las distancias económicas y sociales existentes, Félix se acabó integrando muy bien en aquel grupo.

No era raro que las sobremesas se extendieran a petición del propio jefe. En ellas se discutían formas de modificar tal o cual proceso, en aras a dulcificar algunas fatigosas tareas sin pérdidas de efectividad. Nadie sabe si ese acercamiento del colchonero al personal y los cambios introducidos en la actividad manufacturera fueron el detonante, pero el hecho es que la productividad aumentó significativamente los meses siguientes. En agradecimiento, el jefe les premió con una semana adicional de vacaciones.


Durante el verano Cabezón meditó, meditó y meditó. Al final, tomó la decisión de ser feliz, como sus operarios. Pero para igualarse a ellos debía desprenderse de muchas cosas y la primera de ellas era la fábrica. A Félix ya en varias ocasiones le habían intentado comprar la industria. Contactó con el último ofertante y convino un precio justo para la transacción, incorporando una condición por la cual el nuevo propietario no podría despedir a ninguno de los trabajadores a menos que abonase una altísima indemnización. Y antes de que se formalizara el traspaso de la sociedad, se dio de alta como empleado. Los flecos del dinero, la casa, el coche y Chochín, elementos que en su nuevo estatus también sobraban, se resolvieron fácilmente mediante un divorcio exprés, un trato en el que Piluca quedó más que bien parada, al apropiarse de todo. 

Don Félix Cabezón es ahora arrendatario de un pequeño apartamento en el extrarradio, tiene un coche de segunda mano que se cala cada dos por tres, ronda a Paquita la telefonista y disfruta con los trinos de su canario Gorki. En los ratos de ocio le gusta leer, pasear en bicicleta, está aprendiendo a tocar la guitarra y alterna con sus compañeros y amigos de la fábrica, con los que a veces sale de excursión y que le llaman cariñosamente “Cabezota”.


miércoles, 19 de junio de 2013

Buenas noches y buena suerte




FECHA 1

Hoy tuve un gran día. Esta mañana el jefe me felicitó calurosamente por mi eficacia en la elaboración de un relevante informe. Es buen tío, es guay, mi jefe. Luego coincidí con Sonia y otras compañeras en el restaurante. Sonia, la preciosidad que trabaja en el Departamento Fiscal y a la que, en la primera oportunidad que se presente, le voy a pedir que acepte cenar conmigo. Tiene unos ojos y una sonrisa que enamoran. Y esta noche mi equipo pasó otra ronda en la Champions después de ofrecer un espectáculo irrepetible. Ha sido un día estupendo.

A las once y media, cuando me disponía a leer algo en la tablet antes de irme a la cama, ha sonado el teléfono y desde un número desconocido la voz de una mujer madura ha preguntado por Samuel, el vidente. No sabría justificar el motivo, pero el caso es que no he podido resistir la tentación de responder que sí, que era Samuel el que estaba al aparato. Entonces ella me explica que se llama Felicidad aunque todo el mundo la conoce como Feli, que ha sido su amiga Rosa quien le ha facilitado mi teléfono porque asegura que soy infalible en el tarot y que necesita que le haga una predicción urgente. Ah, claro, Rosa, le contesto siguiéndole el rollo, una buena y querida amiga, por supuesto. Pues usted dirá, Feli, descríbame su casuística, por favor, y veremos qué le depara el futuro. Y la tal Felicidad, que comentó tener 63 años, me empezó a contar su vida, demostrando en pocos minutos la incompetencia de sus padres para elegir nombres de pila; seguro que si en lugar de Felicidad le hubiesen llamado Inocencia, habría salido un pendón verbenero. Entre otras cosas, la mujer era viuda de un bombero que murió en un incendio forestal, estaba enferma y tenía un hijo enganchado a la droga que había acabado con sus escasos ahorros y también se estaba apropiando ahora de buena parte de su pensión. La verdad es que la señora me dio mucha lástima, al punto de arrepentirme horrores por haber suplantado a un experto en la materia, pero por otro lado pensaba que desenmascararme ahora, incluso el simple hecho de colgar fríamente el teléfono, solo podría empeorar el estado de ansiedad de la pobre Feli. Por eso tuve que improvisar y lo primero que se me ocurrió fue decirle que estaba barajando las cartas, mientras movía las hojas de unos periódicos que tenía a mano para producir un ruido similar. Bueno, Feli, para ser sincero, amiga, la verdad es que solo intuyo cosas positivas, el destino parece tenerle preparado un esperanzador porvenir, mentí. Sus preocupaciones van a acabar muy pronto, cariño. Intenté decir esto último con la entonación más tierna posible, recordando cuando de estudiante interpretaba pequeños papeles en la compañía de teatro de la Facultad. Sí, sí, Samuel, pero ¿qué carta ha salido? ¿Es un arcano mayor o un arcano menor? ¿Ha salido boca arriba o boca abajo? ¡Me cago en la leche! En ese momento hubiese preferido emplear mi compasión abrazando fuertemente a un puercoespín deprimido. ¡Estaba hablando con una consumada profesional de las consultas proféticas! Y era como si Stephen Hawking preguntase a un alumno de Primaria su opinión sobre la termodinámica de los agujeros negros. Mientras en el navegador de la tablet le preguntaba a mi estimado Google por el significado de los naipes de tarot, empecé a darle largas. Le comenté con largas y rimbombantes frases que prefería no declarar qué carta había extraído porque un gran maestro inglés de las artes cósmicas adivinatorias me reveló que hacerlo podría revertir el resultado de la predicción. Me contestó que eso eran pamplinas, que los ingleses no entienden de tarot, que los verdaderos especialistas están en Francia y en Italia y ellos siempre muestran las cartas. Estuve a punto de mandarla a freír puñetas cuando mi amado buscador me sacó de apuros. Bien, Feli, pues he de confesarte que ha salido la Estrella y boca arriba, ¿contenta? ¿Eso significa que me voy a curar? Pues claro, mujer, ¿qué otra cosa podría significar? ¿Y qué me dice de mi hijo? Saque otra carta, a ver. Espere. Volví a menear los diarios mientras consultaba en la tablet. Aunque entonces tuve otra idea, se me ocurrió soltarle que había aparecido la Muerte. Boca arriba. Creí que así se acojonaría y me dejaría en paz. Caray, ¿eso es maravilloso, no? Claro, claro, manifesté, poco convencido de ello. Quiere decir que todo lo malo se va a acabar, ¿verdad? Pues claro, Feli, su hijo dejará las drogas y su pesadilla habrá terminado… Eres un sol, Samuel. Cuando Rosa me dé tus señas, paso y te abono los servicios. No se moleste, señora, que me doy por bien pagado sabiendo que viene de parte de Rosa y que sus problemas se van a solucionar muy pronto. Colgué, grabé el número en la agenda del móvil para no contestar nunca más sus llamadas y después lo desconecté, por si las moscas.


FECHA 1+N

Hoy ha sido un desastre. Mi jefe me ha pegado una bronca de tres pares por retrasarme una semana en la presentación de otro jodido informe. El inútil, que no entiende que estoy de faena hasta la cabeza, encima me endilga la que a él le encarga el Director General. Es idiota. Luego me he enterado que Sonia ha empezado a salir con Borja, el secretario personal del Gerente. Jamás hubiera imaginado que le van los aduladores lameculos. Me ha defraudado Sonia, con su carita de no haber roto un plato, claro que con su pusilánime carácter pienso que nunca hubiésemos congeniado… Además, me he dado cuenta de que bizquea un poco y tiene los dientes amarillos del tabaco. Y para rematar esta fatídica jornada, mi equipo ha palmado por cuatro a cero contra unos italianos de medio pelo. ¿Cómo pueden aguantar a un entrenador tan impresentable y a esas carísimas figuras de pitiminí que solo sirven para ilustrar anuncios de perfumes? Vaya fiasco. Lo peor será mañana en la Oficina, los seguidores del máximo rival me van a amargar de lo lindo con sus chanzas de mierda.

Esta noche va a resultar difícil conciliar el sueño con tanto disgusto acumulado. Espero que un poco de lectura me haga olvidar todos esos sinsabores y me relaje lo suficiente. Inesperadamente suena el teléfono en cuya pantalla aparecen las palabras “número oculto”. Joder, no me gustan esas llamadas, pero por la hora que es podría ser algo urgente, no me atrevo a ignorarla. Sí, diga. A partir de ese momento y sin que sea capaz de meter la cuchara, una señora mayor comienza un monólogo supersónico: Hola Samuel, soy Angelines, amiga de la Feli, que es amiga de la Rosa. La Feli me ha encargado que le comunique que como usted predijo, ya se arreglaron sus problemas. El Estado revisó el expediente y le ha otorgado una indemnización y una pensión extraordinaria por la muerte de su marido en acto de servicio, ella al final no tenía la enfermedad que le habían diagnosticado, fue un error médico, tenía otra cosa, le están medicando y se encuentra bien, y su hijo se lió con una búlgara y se ha ido a vivir con ella a su país, dejando en paz a la Feli. Ya sé que es un poco tarde, pero estoy desesperada, por eso le llamo, para que me eche las cartas en un momentito si es usted tan amable. Hola y encantado, Angelines, pero debe existir algún error con el número que ha marcado. Ni yo me llamo Samuel ni conozco a ninguna Feli ni a ninguna Rosa y no sé a qué cartas se refiere usted. Lo siento mucho, perdone señora. Buenas noches y buena suerte. Adiós, Angelines.


sábado, 8 de junio de 2013

24 horas en la vida de una mujer




DÍA 1

Viernes, 9:35 a.m.
¿Maribel?  Hola, soy Carmen, ¿te acuerdas lo que hablamos ayer tarde? ¿Sí? Pues que he consultado con la almohada y lo he decidido ya: voy a dejar a Ricardo. Sí, que por fin lo dejo. Tienes razón cuando dices que es muy egoísta y que no nos parecemos en nada, que a mí me gusta bailar y él odia hacerlo, que solo le interesa el fútbol y el cine, que pasa del teatro y de las reuniones con nuestros amigos, que es bastante soso y que le aterra el matrimonio. Luego le llamo y quedo con él para tomar una copa y decírselo a la cara, yo no soy de esas que se despiden con un SMS o por teléfono. Tengo una compañera que el novio se enteró porque lo leyó en su muro de Facebook, ¿te lo puedes creer? Qué guarra, ¿no? Yo no soy así, le voy a presentar mis razones a la cara y como es inteligente y comprensivo creo que lo entenderá. El caso es que está como un tren el cabronazo. Pero ya está bien, hasta aquí hemos llegado, me aburre mucho y punto. Oye, te dejo que se acerca mi jefa. Después hablamos, ciao.

Viernes, 2.10 p.m.
Hola Maribel, veo que estás hablando con alguien, te dejo mensaje en el contestador. Pues que he llamado a Ricardo y me ha dicho que esta tarde no puede porque se había comprometido con unos compañeros para jugar al fútbol y tal. ¿Lo ves? Son más importantes sus amigos de la oficina que yo…  Bueno, lo bien cierto es que me ha propuesto invitarme luego a cenar, creo que aceptaré y durante la cena se lo suelto, diplomáticamente pero sin anestesia, se lo suelto. Te llamo luego, guapa. Un besito.

Viernes, 7.40 p.m.
Maribel, es que estoy dudando entre el vestido rosa de la mega-minifalda o el mono verde del súper-escote-de-la-muerte, ¿a ti qué te parece? ¿Qué por qué me caliento la cabeza con trapitos si le voy a dejar? Bueno, chica, perdona, pero mi abuelo decía que no hay que confundir la gimnasia con la magnesia… Además, quiero que se entere de lo que se va a perder por no haber puesto suficiente interés… ¿Entonces el verde? Gracias, Mary, eres un sol. Te debo una. Muák.

Viernes, 10:15 p.m.
Mary, que soy yo, Carmen. ¿Puedes hablar? ¿Sí? Mira, estoy en el baño. El muy lagarto me ha traído al Restaurante donde me invitó la primera noche. ¿Te lo puedes creer? Ese restaurante pequeñito tan romántico, en el que toca un trío de jazz, sí, justo, el mismo. Para mí que se huele algo, hoy ha venido de punta en blanco, hecho un pincel. Conque te diga que los tíos le miran más a él que a mí… Está para comérselo, te lo juro. No sé si voy a ser capaz de enviarle a freír espárragos… Es que encima se debe haber duchado con agua de colonia, se ha puesto gomina y me ha traído una rosa, ¡vaya cabrón! Ya, ya sé que he de decírselo, pero me va a costar un ovario arrancar, además es tan sensible, es capaz de ponerse a llorar a moco tendido. Sí, sí, vale, te llamo luego. Besito.

Viernes, 11:45 p.m.
 Maribel, estoy otra vez en el baño. En la cena no he podido abordar el tema, chica, no he sido capaz, qué quieres… Hoy está de un encantador subido, ha pedido champán francés y me ha sacado a bailar cuando los músicos han empezado a interpretar “You can’t take that away from me”. ¿Nunca te dije que me chifla ese tema? Pues me ha confesado que había rogado al pianista que tocasen esa canción cuando nos sirviesen el espumoso. ¿No es un cielo? Bueno, ahora me ha invitado a tomar un gin-tonic en su apartamento. Sí, sí, te juro que entonces se lo digo, no voy a esperar más. A solas será más fácil… Espero que no se lo tome a mal y le dé un infarto. Bueno, chica, buenas noches, ya hablamos mañana.

DÍA 2

Sábado 10:10 a.m.

¿Maribel? Soy Carmen y ya puedes empezar a llamarme ex-amiga, zorra, más que zorra. Que me he enterado que le has estado tirando los tejos a mi Ricardo con mensajitos provocativos, que los he visto en su móvil. ¿Que lo espío? Y una mierda, bonita. Me los ha enseñado él, y también sus evasivas respuestas y esas fotitos medio porno que le mandabas, chicholina de pacotilla. Vaya amiga que eres, ¡mala pécora! Pues que te enteres que ayer cuando llegamos a su casa nos tomamos unas copas y seguimos bailando al ritmo de las bossa-novas de Astrud Gilberto y luego nos bañamos juntos e hicimos el amor como nunca antes, con una pasión desbocada, imbécil. Y que esta mañana, después de traerme el desayuno a la cama me ha pedido que me case con él, ofreciéndome un anillo que es una pasada, que si lo ves te mueres de la envidia cochina que te entra, boba insulsa. Sí, ahora ponte a llorar como una mema… Pero ¿de qué vas? Querías que riñera con mi novio para intentar cazarlo tú luego, ¿no? Pues te jodes como dijo Herodes, tonta del culo. Sí, sí, sigue llorando, tarada. Mira, cuando cuelgue voy a borrar tu número de la agenda, te aconsejo que hagas lo mismo con el mío. No quiero volverte a ver ni hablar contigo nunca más. Hemos acabado para siempre. Y para terminar, te voy a decir otra cosa: el conjuntito azul celeste que te aconsejé que te compraras te sienta de puñetera pena, tía foca. Muák y hasta nunca.


lunes, 27 de mayo de 2013

El tiburón y la bicicleta





Hèctor Sendra tiene cincuenta y un años y es un triunfador. Ninguno de los profesores de su Instituto hubiese dado un céntimo por su futuro, pues como estudiante fue entre malo y pésimo. Pero, aunque le disgustaban los libros, era un joven bastante despierto. A su padre, Damià, Secretario de un pequeño Ayuntamiento cercano a la ciudad de Valencia, le hubiera gustado que, siguiendo su ejemplo, su único hijo cursara Derecho y se dedicara a las Leyes. El hombre, que por su cuenta y riesgo ya fracasó en sucesivas oposiciones, siempre había soñado con poder presumir de un Sendra fiscal o juez de la Audiencia. Sin embargo, el expediente académico de Hèctor en Bachillerato le quitó la venda de los ojos, le estrelló contra la cruda realidad.

A través de los contactos de su progenitor, a principio de los años ochenta se colocó como oficinista en una empresa constructora. El señor Rocamora, su dueño, lo trató desde el primer día como al descendiente que nunca tuvo. Rocamora había enviudado a los treinta y tantos, volviéndose a casar luego con la hermana soltera de su mujer. Si con la primera esposa no tuvo hijos, tampoco lo consiguió con la segunda. “Es obvio que arrastran una tara hereditaria”, le comentó un día un médico, amigo íntimo, que no se atrevía a confesarle que el único estéril era él.

Tanto cariño y confianza se granjeó con su jefe, que a mediados de los noventa Hèctor era su mano derecha, su principal asesor. Nombrado Director General de la compañía, fue su mandamás hasta el fallecimiento de Rocamora, recién estrenado el siglo. La viuda del constructor no compartía los sentimientos del finado por su protegido y, aconsejada por sus sobrinos y para júbilo de éstos, decidió liquidar el negocio.

Con la gran experiencia atesorada, algunos ahorros y un capital que Rocamora le dejó en herencia, Hèctor Sendra parió una nueva empresa a la que bautizó con el rimbombante nombre de SENDRA INTERHOLDING. Dedicada en principio a la actividad puramente constructora, su creador pronto vislumbró en la creciente especulación de terrenos una oportunidad demasiado rentable como para ignorarla o despreciarla. En muy poco tiempo, muchos de sus contactos habían multiplicado por diez inversiones millonarias. Volcó pues su ocupación en comprar y vender solares, sin abandonar la edificación y urbanización de nuevos barrios, aprovechando los disparatados precios que las viviendas habían alcanzado. En un tiempo récord, Sendra hizo muchísimo dinero negro en transacciones especulativas, dinero que puso a su propio nombre y a buen recaudo en el banco de un paraíso fiscal cercano en el mapa, mas inalcanzable para las zarpas de la arruinada Hacienda española.

Cuando sobrevino la crisis, SENDRA INTERHOLDING se vio también muy afectada y despidió a casi todos sus trabajadores. Al final se declaró en quiebra, pero como el hábil accionista mayoritario no garantizaba ninguna de las operaciones societarias, pudo salirse de rositas con toda la facilidad del mundo. Hèctor siguió y sigue fumando Montecristos, conduciendo Mercedes, cuidando su cuerpo en un gimnasio de cinco estrellas, pagando mariscadas en efectivo, viviendo a tutiplén en su mansión situada en plena Sierra Calderona y haciendo esporádicos viajes a Montecarlo, en donde también dispone de un apartamento de lujo y un yate.

Este viernes, en una reunión con muchas langostas y unos cuantos alemanes, Hèctor ha apalabrado la venta de la vieja masía familiar, al norte de la ciudad. La finca, compuesta de una enorme casa rodeada de algunas hanegadas de naranjales actualmente abandonados por su mísero rendimiento económico, la recibió en herencia de su padre, que a su vez la heredó del suyo y éste de anteriores generaciones. Los teutones, que quieren instalar allí un centro geriátrico de alto standing, le han prometido un buen pellizco de millones, más de la mitad de los cuales irán a parar a la cuenta opaca del banco monegasco con el que opera.

Al regresar a casa, Celia, su mujer, ha salido a su encuentro con una amplia sonrisa y le ha dicho que tiene una sorpresa para él. En el salón hay una gran caja que entregó una conocida empresa de mensajería. Hèctor inspecciona la etiqueta. Así como todos sus datos son correctos, no se muestra el nombre del remitente. Toma unas tijeras y comienza a desgarrar el cartón. Aparece entonces una flamante bicicleta, una espectacular máquina de devorar kilómetros con un cuerpo de carbono que quita el sentido. Aunque a Hèctor siempre le encantó, han pasado más de quince años desde la última vez que rodara por ahí. Conserva una buena forma gracias al spinning; este regalo de quién sabe qué agradecido amigo le dará la oportunidad mañana mismo de ponerse a prueba en la carretera.

Sábado por la mañana. Ha salido un día estupendo. Hèctor ha madrugado. Apenas ha podido pegar ojo, diseñando la ruta que va a seguir. Completamente equipado se sube a la bicicleta y, tras despedirse de su esposa e hija que miran a través de la ventana, la deja rodar cuesta abajo. Después de saludar al guarda, franquea el puesto de vigilancia de la urbanización y comienza a pedalear. Su intención es continuar por calzadas locales poco transitadas y subir al Norte hasta Nàquera para luego atravesar Serra y llegar a Torres-Torres, bajando por la antigua carretera nacional hasta Puçol y regresar a casa. Una etapa dura al principio, cómoda al final.

No obstante, cuando lleva solo unos cientos de metros circulando, Hèctor advierte que la bicicleta está tomando sus propias decisiones. Cuando quiere doblar a la derecha, la máquina no se lo permite, sigue moviéndose en línea recta, los pedales giran sin que él imprima ningún esfuerzo, las marchas cambian solas. Es una sensación extraña. Intenta detenerse para poder revisar el manillar y las  demás piezas, pero los frenos no responden. La bici continúa rodando a su albedrío y se dirige a toda pastilla hacia el Sur, camino de Valencia. Si bien el ciclista está atemorizado, no deja por ello de sentir extraordinaria curiosidad por el final de la intrigante aventura que está viviendo.

Otros fenómenos insólitos se suman al del velocípedo automotor; el paisaje, que conoce perfectamente, se modifica a medida que lo recorre: desaparecen construcciones que antes estaban allí, surgen campos y huertas sustituidas hace años por cemento y asfalto, los pueblos empequeñecen. Además, la gente que se cruza viste de forma cada vez más anticuada y la ropa empieza a quedarle grande, siente cómo su pelo ha crecido, que ha recuperado visión, en suma, experimenta un rejuvenecimiento progresivo al paso de los kilómetros. La bicicleta llega a las puertas del pueblo de Alboraya y tras recorrer un largo trecho por caminos rurales, se adentra en la masía familiar. Los árboles están en flor, la esencia del azahar es revitalizante, los campos están mejor cuidados que nunca, como antes de que muriese su iaio [1] Batiste. La casa se ve preciosa, da gusto contemplarla recién pintada de cal.

La bicicleta va aminorando la velocidad y se para justo al lado del porche, donde, en una mecedora, descansa Batiste mientras pela unas habas. A sus pies está Trueno, el viejo perro de la familia, que cuando le ve empieza a mover la cola. Hèctor desciende de la bici y con la voz atiplada de un niño de trece años pregunta “¿Iaio?”. Batiste gira la cabeza, sonríe y le dice “Xé, xiquet, ¿cóm vas vestit? Acosta’t açí un moment, rei [2]. El tiburón de los negocios, convertido en un chiquillo, se aproxima al anciano, le acaricia la cara y besa su mejilla. El abuelo, tal vez recordando que al ser su nuera aragonesa el chaval habla castellano en casa, cambia de lengua y le propone: “Ven conmigo, Hèctor”. Se levanta de la mecedora y le toma de la mano. Caminan juntos hacia el huerto de naranjos frente a la casa y cuando llegan, el patriarca se agacha y coge un montón de tierra en la mano. “¿La ves, Hèctor? Tócala, tócala, ésta es nuestra tierra. Cuando tu papá tenía tu edad le hice jurar que nunca dejaría de amarla, que siempre seguirá siendo nuestra. Ahora es tu turno, bésala y haz el mismo juramento que yo hice a mi iaio y tu padre me hizo a mí”. Hèctor Sendra, un cerebro cincuentón en un cuerpo púber, rememora ahora claramente aquel olvidado momento, la mañana en que besó la tierra y prometió al iaio querer, mantener y preservar los bienes de la familia. La lava de la emoción derrite su corazón de piedra y abrazándose a Batiste comienza a llorar a moco tendido, como un inocente niño de trece años.



[1] En castellano, abuelito.
[2] En castellano, “Ché, pequeño, ¿cómo vas vestido? Acércate aquí un momento, rey”

sábado, 11 de mayo de 2013

Un negro para Ana






Hace unas noches soñé que era invierno y paseaba por la solitaria playa de La Malvarrosa. Tropecé entonces con una botella de cristal verde oscuro que las olas habían arrojado a la orilla. Me fijé que estaba bien lacrada, por lo que procedí a romperla contra una piedra, extrayendo una cápsula hermética de plástico que contenía. En el interior de esa vaina transparente, que destapé sin mayor dificultad, se alojaba un billete de un millón de euros. Sé que en realidad no existe ningún billete de semejante calibre, pero el protagonista de mi sueño (es decir, yo), aunque nunca antes se topó con esa clase de documento, no albergaba ninguna sospecha sobre su validez legal y monetaria. Recuerdo que lo que más reclamó mi atención fue que el papel estuviese tintado de color negro. En ese momento me asaltaron algunas reflexiones.

Lo primero que consideré es que en cuestión de cuartos casi todo el mundo es envidiablemente tolerante, y no lo digo solo por el color de la moneda, también por su procedencia. Hay personas racistas y xenófobas que preferirán sin duda el dinero negro y fácil, no importa de dónde se salga o, mejor dicho, a costa de quién se obtenga. También pensé que casi todas las personas (creyentes, escépticas, incluso ateas) se ponen tácitamente de acuerdo en adorar el dinero como a un dios todopoderoso. Si bien al principio relacioné el origen de los apocalípticos mensajes que proclaman muchas doctrinas con un ente infernal, que no podría ser otro que el maldito parné, luego deduje que era imposible, pues la mayoría de las jerarquías religiosas se muestran más interesadas en acumular riquezas que en repartirlas, contrariamente a las prédicas de todos los libros sagrados, habidos y por haber. Y solo una especie de teoría del caos podría explicar, intuyo que de forma torticera, que el bien y el mal son la misma cosa.

Por último, me di cuenta de que debe haber un incontable número de individuos que matarían por uno de esos billetes. Con independencia del patrimonio, las necesidades o convicciones que tengan, siempre habrá un colosal ejército de prójimos que inmolarían a otros seres humanos a cambio de ese montón de pasta. Fue entonces cuando lo escondí en mi bolsillo y emprendí el regreso a casa.

Una vez allí, extraje de nuevo el pedazo de papel y analizándolo con más rigor, pude apreciar que al dorso, en su borde inferior, llevaba escrita también en tinta negra una nota de caracteres casi microscópicos. Solo mediante la ayuda de una lupa pude descifrar la inscripción:
Ana – Calle Arbergina 15-3”

Desconocía esa dirección, de entrada pensé que el domicilio correspondía a otra ciudad. Pero mi efervescente curiosidad me conminó a seguir investigando, por lo que eché mano de una guía y pude comprobar, no sin sorpresa y aceleración de mi ritmo cardíaco, que la calle existía. Estaba ubicada al norte, en un barrio de mala reputación enclavado en un gran suburbio de la periferia.

Como vivía un sueño, me transporté al instante a ese barrio. Tras preguntar a varios vecinos, la mayoría jóvenes desempleados con semblante poco amigable, jubilados canijos e inmigrantes con y sin papeles asimismo desocupados, localicé pronto la calle. Mientras me dirigía al edificio número 15 pasé por delante de una peluquería, un kiosco y un bar. Sus cristaleras lucían un póster con el retrato de una niña de unos ocho o nueve años. “Ayuda a Ana”, rezaba, “Colabora para salvar su vida. Necesitamos un millón de euros”. Antes de proseguir mi marcha entré en el bar, un chiringuito sucio y cochambroso curiosamente rotulado como “El Palacio del Colesterol”. Pedí un café y pregunté al amable barman colombiano por Ana. Me comentó que era una vecinita que sufría una rara pero terrible enfermedad; su familia necesitaba con urgencia el dinero para llevarla a Alemania, donde en un célebre hospital podrían someterla a un costoso tratamiento, el único en el mundo que se había revelado efectivo. El hombre me informó que el barrio se había volcado con ella, que incluso los más desfavorecidos, personas que vivían en la calle de limosnas, habían cooperado. Pero era muchísimo dinero, muy difícil de reunir y todas las autoridades se habían desentendido del asunto. Pagué, me despedí y reanudé mi marcha.

Cuando llegué al número 15 percibí que en la fachada, a cada lado del portal, que permanecía abierto, estaban pegados los mismos pósters. Me introduje en el patio y vi a la izquierda una mesa rescatada de la basura, sobre la que reposaba una sencilla caja de cartón, con una ranura en su parte superior, donde se leía: “Introduzca aquí su aportación. Gracias”. En eso, un hombre entró y me dijo: “¿Quiere ver a Ana?  Suba, suba, soy Mauricio, su padre”. Me quedé perplejo por la invitación, esa gente no me conocía de nada y sin embargo me invitaba a su casa. Se me antojaba descortés rehusar el ofrecimiento y, además, sentía inquietud por ver a la pequeña, así que seguí los pasos de Mauricio. La puerta número 3, en el primer piso, estaba también abierta de par en par. Parecía que allí todo el mundo era bienvenido. Atravesando el salón, en el que varias mujeres platicaban con la madre, el papá de Ana me condujo a su habitación. La niña, con rostro macilento y el brazo encadenado a un gotero, reposaba en su cama respirando el oxígeno que le proporcionaba una bombona del mismo color que la botella escupida por el mar. A su lado, una amiguita le leía un cuento. “Cariño ¡Mira quién ha venido a verte!”, le anunció Mauricio. Ana me miró y, con la voz rota y mucho esfuerzo, me dijo sonriendo: “¡Rafa, eres tú, te he estado esperando!”. La conmoción que me causó su recibimiento fue tremenda. Solo pude reprimir el llanto mordiéndome la lengua y los labios, conteniendo la respiración, pellizcándome los brazos. Cuando recobré un ápice de serenidad, me acerqué a su cabecera y tras besar su frente, le susurré: “Ana, pronto estarás bien, te lo prometo.


martes, 30 de abril de 2013

Krenz informa




Krenz es mi mejor amigo y vive en un pequeño y lejano país al que llamaremos W, un lugar cuya actualidad, sembrada de insignificancias y miserias, ignoran por sistema todos los noticieros. Krenz no es, ni mucho menos, su verdadero nombre o apellido; tampoco revelaré cómo nos conocimos ni cuál es su profesión, para evitar someterle a cualquier tipo de riesgo o peligro. No obstante les aseguro que lo que narraré a continuación me sucedió hace dos semanas y hasta donde yo sé es rigurosamente cierto.

Tal y como acostumbramos a hacer cada seis meses, nos reunimos en un punto intermedio del mapa para disfrutar en familia un divertido weekend. Nuestras esposas e hijos siempre se han entendido a las mil maravillas y pasan excelentes ratos juntos. Mientras ellos se refrescaban en la piscina del hotel, aprovechamos para compartir unas cervezas en la terraza. Fue entonces cuando Krenz, con semblante preocupado, comenzó a contarme algo que le había ocurrido desde nuestro anterior encuentro, algo muy serio que todavía no conocía nadie pero precisaba relatarme y además, en persona.

Me veo ahora en la necesidad de puntualizar que conozco a Krenz desde hace veinte años. Aunque es un hombre equilibrado y sensato en el que confío plenamente, me he tomado la molestia de confirmar que los hechos que me desveló (al menos los pocos que en estos momentos permiten su comprobación) son verídicos.

Me contó que un día, hace cuatro meses, estando en el despacho telefoneó a casa para hablar con su mujer y se sorprendió al contestar él mismo, con voz deprimida. Tras varios minutos de conversación surrealista entre sus dos yos, concluyeron que el Krenz de la oficina llamaba desde el año 2012 y el Krenz del hogar contestaba en el año 2018. A partir de ese momento, la charla tomó otros derroteros y se fue alargando. El Krenz actual preguntó por el ulterior estado de sus parientes y amigos pero el Krenz futuro no quiso entrar en grandes detalles, si bien le informó que uno de sus hijos, sin precisar cuál, había muerto recientemente a consecuencia de las políticas puestas en práctica por el nuevo gobierno del partido A (W es un país en el que el 80% de los votos se los reparten los partidos A y B). Tras las últimas elecciones, el partido A, liderado por un voceras llamado X, especialista en cambiar falsas promesas por votos, desbancó al B del Gobierno y emprendió una interminable serie de medidas impopulares, antisociales, autoritarias, inhumanas, plutócratas. Una de tantas fue privar a toda la población del derecho a la sanidad pública y gratuita. Su hijo tuvo la desdicha de contraer una terrible enfermedad, cuyo costosísimo tratamiento Krenz, sin recursos después de haber sido despedido por su empresa, no pudo afrontar. Finalmente el chico falleció. El Krenz del futuro instó entonces al Krenz del presente que asesinase a X. Eso tal vez no impediría que el partido A triunfase de todas formas y aprobase después las mismas leyes, sin embargo, habría en el mundo un embustero menos, un tipo cruel y sin escrúpulos que de seguir existiendo sería uno de los responsables, más bien El Responsable, de la muerte de su hijo y a saber de cuántos ciudadanos más. El Krenz del presente se convenció fácilmente de que debía intentarlo, ya se sabe que cuando la vida de un hijo está en juego no te paras a pensar en nada. Comprendió que es más fácil cargarse a un simple politiquillo, como era X en ese momento, que a un candidato o a un Presidente con toda su parafernalia de seguridad y guardaespaldas. Maquinó durante días y hasta el último detalle el atentado, que perpetró eficazmente, sin dejar un solo rastro. X desapareció del mapa, se multiplicó por cero. Es simple pasto para peces en el fondo de un embalse.

Pero más tarde, hace alrededor de un mes, Krenz recibió una llamada de su casa. Era el Krenz del futuro para informarle que, gracias a su audaz acción, ahora seguía gobernando el partido B. Lamentablemente el nuevo gabinete había adoptado medidas similares por no decir peores que las promovidas por el partido A de haber ganado las elecciones. Ahora no solo su hijo estaba muerto, su mujer agonizaba a la espera de una vacuna que Krenz tampoco podía pagar. Tendría que acabar también con Y, el  Presidente entrante.


viernes, 26 de abril de 2013

El secreto del viejo Colt




Brad Lewis es un joven de Kansas City que está pasando por una difícil situación personal. Acaba de divorciarse de una mujer a la que ama, dieron la custodia de su hijita Peggy a la ex, ha cerrado la empresa en la que era Jefe Administrativo y le han diagnosticado una enfermedad degenerativa incurable. Brad está decidido a acabar con su vida. Dispone de un viejo Colt de colección heredado de su padre y un cargador con siete balas, aunque deberían sobrarle seis de ellas. Pero antes ha dado buena cuenta de una opípara cena en Café Provence, el mejor restaurante de la ciudad, luego ha visitado el burdel más lujoso de los alrededores para contratar un ménage a trois con las pupilas más bellas (y caras) y finalmente ha invitado a su amigo Fred a unas cuantas copas de Blanton Reserva Especial en un club de élite.

De vuelta a casa, Brad abre un cajón, saca un estuche y extrae del mismo un Colt M 1911 que comienza a limpiar con un paño de algodón. El arma emite un largo sonido, un siseo similar al de un espray o aerosol y su cañón empieza a expeler un denso e inodoro vapor que en cuestión de segundos invade toda la habitación. Brad, sorprendido, atraviesa la espesa bruma y abre la ventana para que el aire de la madrugada disipe esa extraña niebla. Cuando la habitación recupera la claridad que permite la débil bombilla de la lámpara, tiene delante a un delgado cincuentón que, luciendo un bigotillo al estilo Clark Gable, parece un personaje sacado de una película ambientada en los locos años veinte: traje cruzado oscuro con finas rayas y grandes solapas, chaleco a juego, corbata ancha, sombrero y zapatos bicolor. Espantado, Brad toma temblorosamente el Colt e introduce rápidamente el cargador en su cámara, apuntando al desconocido.

-¿Pero qué haces apuntándome con esa arma, muchacho?

-¿Quién es usted y cómo ha entrado en mi casa? ¿Qué es lo que quiere?

-Bueno, chico, creo que te llamas Brad, perdona si te tuteo, pero soy como de la familia… ¿Nunca te contaron el cuento de Aladino?

-¿Qué puñetas dice usted?  ¿Cómo sabe mi nombre?

-Bueno, veo que no conoces el cuento… ¿Cómo te lo explicaría? Brad, empecemos por el principio: Tu bisabuelo, Harry Lewis adquirió ese Colt en el año 1921. De él pasó a tu abuelo, Graham, luego a tu padre Benedict y ahora lo tienes tú.
-Vale, ahora cuénteme una historia que no conozca. De momento no me ha dicho nada nuevo.

-De acuerdo, empecemos por Aladino: era un chico árabe que encontró una lámpara, la frotó y de ella salió un genio que estaba atrapado en ella y que, en recompensa por su liberación, le concedió tres deseos. Bueno, pues yo soy el genio de tu Colt…

-¿Quiere decir que usted es un ser fantástico que vive dentro de una pistola?

-Brad, soy tan fantástico como tú quieres que sea y sí, he estado viviendo dentro de esa pistola desde su fabricación en 1918. Como hasta ahora nadie la había frotado, permanecía a la espera de que alguien me liberase, y ése has sido tú.

-Pero ¿cómo diablos llegó a la pistola? ¿Quién le introdujo allí?

-Yo también vivía en una vetusta lámpara de aceite, pero la fundieron junto con otros materiales para obtener el metal con el que se fabricó esa pistola. Y allí me quedé.

-Todo eso me parece increíble. ¿Cómo puedo saber que usted no es un farsante que me está tomando el pelo?

-Bien, no debería hacer estas cosas, Brad. Observa esto.

El genio se queda mirando fijamente a una estantería llena de voluminosos libros, extiende sus brazos con las manos abiertas hacia ella y da una rápida palmada. De repente, la estantería se encoge hasta quedar del tamaño del mueble de una casa de muñecas, mostrando en la pared la marca que el tiempo y el polvo han grabado a sus espaldas.

-¡Cielos! ¡Realmente hace usted magia!

-La hago, por supuesto, es lo que tenemos los genios. Y tú eres ahora mi amo, hasta que te conceda el deseo que quieras pedirme.

-Pero, ¿no eran tres deseos?

-Eso te recuerdo que era en el cuento de Aladino. Sólo me está permitido concederte uno, y además con las siguientes condiciones: a) no me pidas que cause mal a nadie, b) no puedo producir emociones en las personas, eso significa que no me pidas que alguien se enamore de ti o de otra persona y c) no estoy autorizado a curar enfermedades. Perdón, se me olvidaba, tampoco puedo alterar el curso de la naturaleza.

-Pues vaya fastidio…

-Hay otra condición, Brad, y es que tienes diez minutos para pensarlo. Te daré una pista: dinero.

-El dinero no resuelve mis principales problemas, genio. Creo que me pondré otra copa más antes de tomar una decisión. ¿Me acompañas?

-Bien, no diré que no a un trago, amigo.

Brad cierra los ojos y piensa y piensa, mientras saborea un whisky de malta. El genio interrumpe sus reflexiones.

-Amigo, te queda un minuto…

-Genio, respecto al impedimento de alterar las condiciones de la naturaleza, ¿qué significa?

-Bueno, no puedo cambiar el curso de los ríos, trasladar montañas, convertir desiertos en selvas, desecar mares, modificar órbitas planetarias, etcétera.

-Pero, ¿podrías convertirme en perro?

-Entiendo que sí. ¿Alguna raza en especial?

-¿Qué tal un westies?

-No problem, Brad.

-OK, estoy decidido. ¿Podría ser un cachorro?

-Bueno, me imagino que sí. ¿Qué edad en concreto?

-¿Tres meses te parece bien?

-De acuerdo, Brad. Cuando quieras.

-Vale, un westies de tres meses. Y deja la puerta abierta, por favor.

-Bien, Brad. ¿Listo?

-Sí, adelante.

El genio se atusa el bigotito y el plateado cabello que cubre sus sienes y hace un rápido movimiento de manos. Brad queda instantáneamente transformado en un simpático perrillo blanco, que empieza a ladrar al mago para recordarle que abra la puerta.

Brad, es decir, el perro en el que ha mutado, cruza la entrada y pone rumbo a la casa de su ex-esposa. Mientras camina hacia allí, recuerda que Peggy siempre quiso tener un westies, a lo que él siempre se opuso contra la opinión de su mujer. Está convencido que lo adoptarán sin rechistar en cuanto les haga dos gracias. Y piensa, además, que la enfermedad que sufre no la pueden contraer los chuchos, por lo que ya no ha de seguir preocupándose por ella. Sin duda Brad Lewis, el Aladino de Kansas City, ha acertado con su decisión. Nunca un intento de suicidio pudo acabar mejor…


martes, 23 de abril de 2013

Canallada útil




A ese insigne político europeo de labia fácil y afición a los improperios con vocación de gobernante, que pretendía erradicar fulminantemente la inmigración de baja estofa, le gastaron una solemne putada, o por mejor decir, le dieron su justo merecido cuando, una noche y por medios desconocidos, unos sujetos anónimos le narcotizaron y lo trasladaron a una región del África subsahariana con la que no existían relaciones diplomáticas y se encontraba en guerra con sus vecinos.


Cuando el hombre despertó al amanecer, se encontró solo y sin recursos en medio de un barrio mísero de una ciudad y un país desconocidos, en el que la gente no hablaba su idioma y además le miraba como a un bicho raro. Le habían dejado allí sin documentación y era incapaz de hacerse entender con los nativos. Lo intentó con unos policías que le salieron al paso; pero cuando éstos se percataron de que carecía de papeles, le llevaron a la comisaría y después de interrogarlo con violencia, le sustrajeron el reloj y el anillo de oro y lo echaron de allí. Durante semanas deambuló alrededor del lugar donde diariamente se celebraba un mercado de alimentos, peleando con otros desahuciados por conseguir los desperdicios de los vendedores al final de su jornada. Comía pues lo que podía y dormía donde le dejaban, ya que la cantidad de indigentes era impresionante. Enfermó, probablemente a causa del consumo de alimentos crudos y en mal estado, y quedó literalmente tirado en la calle hasta que una familia se apiadó de él y lo acogió en su hogar, si así se puede denominar a aquella chabola sucia y maloliente. La mujer, una negraza oronda, culpable con la complicidad de un chatarrero borrachín de la existencia de cuatro niños y dos niñas, cuidó como mejor supo del hombre blanco hasta su recuperación. Fue entonces cuando el político, al que hasta hacía poco se le erizaba el vello cuando oía hablar de la redistribución de la riqueza, empezó a considerar el verdadero valor de compartir la miseria.


Nadie sabe cómo, pero la noticia de su secuestro y perentoria situación llegó meses después al máximo responsable del Gobierno de su país, rival directo en su carrera al Palacio Presidencial, quien puso inmediatamente en marcha toda la maquinaria jurídica y diplomática a su alcance para, a través de ministros de terceros estados, lograr la urgente repatriación del candidato. Éste, de vuelta en casa, decidió abandonar la política y nunca después se supo más de él.


jueves, 18 de abril de 2013

El tío Ceba




Enjuto, alto y calvo, con un amable rostro, su piel está más que tostada por el sol mediterráneo. Sigue vistiendo a la vieja costumbre de la huerta, con blusón, faja y alpargatas de careta. Sus amigos dicen que hace las mejores paellas a leña de los alrededores y alaban sus habilidades en el truc y el dominó, que gusta jugar a diario en el Bar de la Sociedad Musical. Su nombre es Ramón Casanova, pero casi todos le llaman Ramonet o Tío “Ceba”. Tiene setenta y cinco años y es de los últimos labradores de Benimaclet, un popular y entrañable barrio al norte de Valencia, arrabal de origen musulmán y municipio independiente hasta finales del siglo XIX, cuando la capital lo engulló con sus administrativas fauces.

El sobrenombre de “Ceba” (pronunciado seba, cebolla en lengua valenciana) es por el que siempre se ha conocido a la familia Casanova en el pueblo. De pequeño era “Cebateta”, hijo de “Cebeta” y nieto del Tío “Ceba”. A fuerza y medida de los inevitables mutis generacionales, Ramonet fue ascendiendo en la escala onomástica. Hace muchos años a su abuelo, que en algún momento llegó a ser teniente-alcalde pedáneo, el cura de Benimaclet le aseguró que en los libros parroquiales más antiguos, datados en los años 1600, ya había anotaciones de bodas, bautizos y entierros de sus antepasados.

La historia familiar cuenta que, como él, todos sus ascendientes por línea paterna nacieron y vivieron en la misma alquería que hasta ahora sigue habitando y cuidando: una barraca humilde, a cuyo lado continúa creciendo un monumental olivo milenario, rodeada por una amplia huerta que es también de su propiedad.

Ramonet Casanova contrajo nupcias a principio de los sesenta con Amparito Forment “Pollereta” (pollerita), apodada así por ser hija de un criador de aves local. En los primeros años de matrimonio Amparito sufrió una grave afección que la condenó a una esterilidad permanente. Desde que la “Pollereta” muriese, hace ya diez años, el perrillo Miliki es  la única compañía de Ramón Casanova, último eslabón de la dinastía “Ceba” de Benimaclet.

Ramonet, además de con las paellas, el truc y el dominó, siempre ha disfrutado dedicándose en cuerpo y alma a sus fértiles tierras, admiración de los agricultores vecinos. Pero también  ha sufrido la creciente amenaza del urbanismo devorador, que acerca cada vez más los descomunales edificios y las amplias avenidas a su paraíso particular. En plena burbuja inmobiliaria declinó reiteradas y sensacionales ofertas por su propiedad. Presumidos y prepotentes constructores, adictos a los habanos y los descapotables, más que bien relacionados con el consistorio público, le presionaron durante meses hasta acabar todos convencidos de que el viejo “Ceba” está completamente majareta. Aquellos mercaderes del ladrillo, convencidos de que todo en esta vida, incluso los principios, se puede comprar o vender, por más empeño que pongan jamás comprenderán que para ese hombre sin responsabilidades familiares, su patrimonio, lo único que le hace feliz y da sentido a su vida, tiene el máximo valor pero ningún precio.

Pero hace unas semanas Don Ramón Casanova Seguí recibió una notificación oficial a tenor de la cual su parcela y el contenido de la misma quedaban expropiados con la finalidad de construir otro Centro Comercial, uno más. Se le advertía también que la acequia que suministra el agua a sus campos quedará cegada hoy viernes a las ocho de la mañana y que en determinada fecha del mes próximo habrá de franquear la entrada a las primeras máquinas excavadoras.

Son las siete y empieza a clarear. Portando un fardo en una mano y una caja de fruta en la otra, el Tío “Ceba” sale de la barraca y se dirige al olivo, a cuyos pies hay excavado un pequeño foso. En él deposita el bulto, o lo que es lo mismo, los restos de Miliki, al que acaba de degollar sin poder contener las lágrimas. Cubre y alisa la superficie de la pequeña tumba con unos puñados de tierra y del cajón extrae una soga que lanza al aire y hace pasar a través de una gruesa rama. Se sube al cajón y anuda firmemente la cuerda en su cuello. Después, al tiempo que deja caer la base le propina una patada, alejándola unos metros. El cuerpo se balancea durante unos instantes y luego ya solo se oyen los cantos de los pájaros.

----------------------------------

P.S. Lo que ya nunca sabrá el bueno de Ramonet es que el pueblo se movilizó en masa tras su muerte para detener aquellas obras. Los tribunales reconocieron que el olivo milenario no se debía cortar, arrancar ni trasplantar, sino antes bien conservarlo siempre cuidado, en el mismo emplazamiento. Ahora, en la antigua alquería se levanta el Parque del Tío “Ceba”, con una estatua del hombre y su perro a la sombra del viejo árbol.


miércoles, 17 de abril de 2013

La teletienda



(Imaginemos una rubia despampanante con  minifalda y escote de infarto agudo de miocardio, junto a un presentador maduro pero delgado, alto y apuesto, que peina canas y se exhibe más elegante que George Clooney en un anuncio de Nespresso. Ambos lucen sonrisas de oreja a oreja y van turnando sus entusiastas comentarios, al tiempo que se proyectan imágenes fijas y móviles del producto; asimismo se intercalan filmaciones de personas anónimas mientras leen el periódico, ven los telediarios u observan situaciones de alto dramatismo, como por ejemplo que se incendia su propia casa, siempre con expresión sonriente rayana en la estupidez más extrema, también inconcebibles testimonios de individuos con aspecto entre zombie y extraterrestre).

ZYTE, DE FELIZYTEITOR
La pulsera electromagnética que le proporcionará el equilibrio y la felicidad



¿Han deseado ustedes alguna vez conseguir la flema británica, la relajación oriental y el meninfotisme[1] valenciano? Seguro que la respuesta es sí.

Pues aquí tenemos el placer de presentarles el producto definitivo para conseguir el estado ideal de cualquier persona: ZYTE, de FELIZYTEITOR, una pulsera electromagnética de última generación, diseñada por ingenieros de la NASA y fabricada en Nueva Zelanda con la tecnología más avanzada a partir de rodio, tolueno, polvo de cuerno de rinoceronte blanco de Zimbabue y esencia de horchata de chufa con denominación de origen Alboraya, acabada en un lujoso baño dorado de 24 quilates.

Impulsada por la energía que le suministra una nano-batería incrustada en su armazón, auto-recargable a través de un generador catalotermoiónico que no habrá de sustituir jamás, el ZYTE de FELIZYTEITOR le procurará eterna felicidad y completa ausencia de malestares y desasosiegos, sin importar cuáles sean su edad, sexo, raza, estado civil y tampoco sus circunstancias personales y profesionales.

ZYTE, de FELIZYTEITOR, emite unas ondas invisibles e intangibles que envuelven su cuerpo e invaden sus sentidos con un aura especial, eliminando de raíz los sentimientos negativos y reforzando su actitud positiva ante sí mismo, los demás y la sociedad.

¿Discusiones familiares, con vecinos, compañeros del trabajo? ¿Su pareja le engaña, el jefe le fastidia, explota y minusvalora, su vecino le tortura aporreando un piano a deshoras? ¿Se le estropeó el coche y tiene que desplazarse en bicicleta, se suicidó su mascota, siente una permanente insatisfacción sexual, se le inundó el sótano? ¿Dejó de fumar y tiene un humor de perros, los niños se vuelven rebeldes y le dan al botellón, le diagnostican una enfermedad incurable, un camión atropelló a su bisabuela? ¡Tonterías! Todo eso le parecerán auténticas nimiedades una vez acomode en su muñeca la pulsera ZYTE de FELIZYTEITOR. El asombroso poder narcotizante del tolueno disipará todas esas contrariedades y volverá usted a ser la persona feliz a la que todo el mundo adora.

¡Tampoco se inquiete ya nunca más por incómodos temas políticos! Con ZYTE, de FELIZYTEITOR, le garantizamos que olvidará cualquier polémica sobre estafas electorales, corrupción, malversaciones de fondos, sobornos, tráfico de influencias, robo de dinero público, evasión de capitales y fraude fiscal. ¿Y por qué no mencionar los salvajes recortes de los gobiernos en educación, sanidad e investigación? Ninguno de ellos  volverá a ser su problema, porque el polvo de cuerno de rinoceronte blanco de Zimbabue que contiene esta extraordinaria joya se ha comprobado científicamente que neutraliza en un 97,5% de los casos ese tipo de inútiles preocupaciones.

¿Y qué me dice usted de los quebraderos de cabeza que a veces suscitan esos superficiales inconvenientes económicos que a todos nos incordian y molestan tanto? Esa vivienda que no puede comprar, ese préstamo que no puede pagar, ese trabajo que no encuentra tras años en el paro, la subida de las facturas de la luz, el agua, el gas, los incrementos de precios de los transportes, de la gasolina, de las matrículas universitarias, los desproporcionados aumentos de impuestos y tasas en general para pagar el rescate bancario, las obras megalómanas y los aeropuertos sin aviones, la eliminación de los subsidios y las ayudas, la congelación y suspensión de nóminas, etc. ¡Hágase un favor y olvide ya todo eso! Deje de pensar en negativo y concéntrese en la marcha de la Liga y de la Champions, del Mundial de Fórmula I, en el desarrollo de la nueva temporada de Gran Hermano-24 horas, siga los mejores culebrones y reality shows… Porque además de sus maravillosos efectos, testados por laboratorios suizos del mayor prestigio, si usted adquiere ahora una pulsera ZYTE de FELIZYTEITOR  ¡le regalamos la suscripción por un mes a Canal Imaplus Digital!

¿Qué le parece esta oferta? ¿Increíble, no? Pues eso no es todo: si es usted una de los tres primeros millones de personas en reservar este fantástico artículo le regalaremos, en DVD o Blu Ray, los mejores conciertos de Isabel Pantoja y dos discos en alta definición de los partidos que dieron a La Roja los Campeonatos Mundial y Europeo de fútbol, con entrevistas a sus protagonistas. Además, si usted es empleado público o funcionario y nos lo acredita, añadiremos a estos fabulosos regalos la colección completa de los discursos navideños del Rey.

La exclusiva pulsera ZYTE, de FELIZYTEITOR, está valorada en 950 euros, pero el Gobierno, velando por el bienestar y satisfacción del pueblo, desea que ningún español sin excepción se vea forzado a prescindir de las admirables propiedades de este excelente producto. Es por eso que ha subvencionado su compra y el precio final, impuestos y gastos de envío incluidos, es nada menos que de   ¡15 EUROS por pulsera!

¡No deje pasar esta oportunidad!

ZYTE de FELIZYTEITOR, no es cuestión de pensarlo más, adquiérala ya por solo 15 euros la unidad,  llamando al 806-555555 (3 euros/minuto)


¡ ZYTE DE FELIZYTEITOR !

Y DIGA ADIÓS A SUS PROBLEMAS

Rechace imitaciones

No es necesario que consulte a su farmacéutico




[1] Meninfotisme es la forma valenciana de dar a entender la actitud indiferente y sadomasoquista de una persona ante cualquier cuestión, aunque ésta le afecte gravemente. Es una característica propia de gran parte del  pueblo valenciano.