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viernes, 4 de julio de 2014

Bien muerto




    -Ahí tienes la pasta. Y recuerda: lo quiero bien muerto –aseguró Lucy, cuchillo en mano, guiñándome uno de sus preciosos ojos verdes.
    Me apresuré a cumplir los deseos de la gran jefa. Al día siguiente celebraríamos Acción de Gracias y a ella siempre le desagradó tener que desplumar un pavo.


lunes, 30 de junio de 2014

Espías




Ayer me presenté a unas oposiciones (secretas, claro) para espía. Debía ir camuflado, memorizar varias contraseñas, portar documentación falsa y cumplimentar un cuestionario con tinta invisible. Por desgracia no conseguí superar la prueba del polígrafo: me preguntaron si llevaba alguna recomendación. Mañana volveré a la Oficina de Empleo, a ver...


jueves, 29 de mayo de 2014

Esto es el colmo



Mi amadísimo Venancio:

Ignoro por qué no has contestado mis catorce cartas anteriores. Sospecho que no te las han dado, que pretenden mantenerte incomunicado, de otra forma no entiendo tu silencio, cariño mío.

En esta ocasión me he asegurado de que leas mi misiva. Evaristo, el funcionario que trabaja en tu galería, es paisano del pueblo y debe varios favores a mi familia, así es que le he encomendado que te entregue la nota personalmente. Además, contrariaría nuestros planes que el contenido de este escrito trascendiera a las autoridades carcelarias. Porque te aseguro que estoy decidida a sacarte de ahí como sea, cielo; te echo de menos cada segundo que pasa. No puedo vivir sin ti, solo con pensarte me estremezco, ¡tienes bonito hasta  el nombre, Venancio! ¿Qué decir de tus cabellos de azabache, de una barba tan varonil, de la poderosa voz, aterciopelada por el brandy y el tabaco? ¿Cómo describir ese atlético y tupido torso que me enloquece solo con evocarlo? ¡Y cómo golpeas de bien, Venancio! Cada vez que rememoro el impacto de tu dulce mano sobre mi boca, deseo que me saltes dos dientes más, sueño con ello hasta despierta.

Mis padres, los marqueses, dicen que estoy chalada, que eres un criminal muy peligroso, que no sientes nada por mí. Pero yo sé que eso no es cierto, que en cada una de tus patadas me estabas entregando amor. Porque no eres como los demás, Venancio, tú no eres un ñoño ni un pusilánime, sabes ocultar profundamente todos tus sentimientos, tan nobles y admirables como los de cualquiera. Y estoy deseando que nos reunamos de nuevo para huir de esta sociedad mentirosa, para que me ates de nuevo a un radiador y me amordaces con el ímpetu de tu secreta ternura.

El psiquiatra que me visita, al que abrí mi corazón, diagnosticó un mal escandinavo y me recetó unas píldoras que nadie sabe que estoy lanzando al retrete. Porque ni puedo ni deseo olvidarte, porque te necesito.

No desesperes, querido, se aproxima el día en el que apareceré en esa prisión vestida de enfermera y acompañada de dos ametralladoras, una para ti y otra para mí. Si salimos con vida exigiré que me secuestres de nuevo, pero esta vez que sea para siempre, Venancio, que nada ni nadie nos vuelva a separar jamás. Y si morimos, lo haremos juntos, abrazados, como los amantes de la mejor de las novelas.

Te adoro con pasión, mi ángel, mi príncipe, mi amor.

Marga (Margarita Jacinta de las Finas Hierbas)


domingo, 11 de mayo de 2014

Las viudas


Vittorio Matteo Corcos (1859-1933) - Conversazione nel Jardin du Luxembourg, 1892


Mientras la pequeña Francine se entretenía jugando con su cubo y la arena del parque, en un discreto rincón de los Jardines la nerviosa viuda Laurent departía con su mentora, la viuda Renard.

- Necesito que me presentes con urgencia a tu abogado, Madeleine. Nunca habría imaginado que un hombre tan ordenado y detallista como Bastien olvidase dejar testamento.

- Mira que te lo advertí, Chantal, recuerda que te dije “es preciso cuidar todos y cada uno de los detalles”. Pero como eres tan estúpida, desatiendes el más importante. Querida, hazte a la idea, puedes ir despidiéndote de la fortuna de tu marido.

- ¡No digas eso ni de broma, Madeleine! Creo que se me está poniendo mal cuerpo. Dame el nombre y la dirección de ese leguleyo, te lo suplico.


 - Ningún picapleitos de París podrá ayudarte, pequeña zorra. Bastien me lo dejó todo a mí, tengo un documento privado firmado en el bufete del Licenciado Leclerc, con Madeimoselle Garnier como testigo. Agradezco que siguieses las instrucciones que te di para deshacerte de tu marido y mi amante. La verdad es que, tal y como confesabas, en el lecho dejaba mucho que desear, cariño.



sábado, 8 de marzo de 2014

Judas



El bueno de Bernabé, con setenta y dos años a las espaldas, arrastraba con decencia su viudez desde hacía un lustro. Distintos retratos de Manolita, la difunta, colgaban en las paredes de la entrada, del pasillo y del pequeño pero acogedor salón. Sobre la mesilla de noche, una foto de la pareja tomada el día de su boda era objeto de constante besuqueo por parte del otrora ferviente novio y marido.

Bernabé vivía con la única compañía de un viejo gato castrado, bautizado por Manolita con el nombre de Sansón. Pero llegó el día en el que, tras horas de dolorosa agonía, la mascota resolvió emigrar en busca de su antigua propietaria para compartir con ella el descanso eterno.

Fue entonces cuando Mateo y Luisa, los hijos de nuestro solitario personaje, decidieron regalarle un periquito para mantener al padre entretenido y acompañado, mitigando de paso la pena de haber perdido a su amigo el gato. Aunque disimuló como pudo, por no contrariarles, el hombre recibió malhumorado tal obsequio; parecía mentira que sus propios descendientes ignorasen, a estas alturas de la vida, que siempre le habían repelido los bichos con plumas. Ojalá en una de éstas reapareciera Sansón, o uno de sus congéneres, para merendarse al pajarito.

Resignado no obstante a convivir con el perico, lo primero que hizo fue ponerle nombre: lo llamaría Judas, pues no se le ocurrió un apelativo más detestable. Luego colgó la jaula en un rincón de la estrecha terraza que asomaba desde la segunda planta a un gran patio de luces. Bernabé sonrió maliciosamente al recordar que la ciudad sufría una plaga de milanos empeñados en aniquilar el mayor número posible de aves domésticas. Con algo de suerte, Judas tendría los días contados.

Pero esos días fueron transcurriendo uno tras otro y las aves de rapiña brillaban por su ausencia en aquel barrio suyo. Llegó la triste fecha del aniversario, se cumplían cincuenta años de su matrimonio, y por motivos relacionados o ajenos al acontecimiento Bernabé tuvo la rutilante idea de enseñar al pájaro blanquiazul a piar su nombre.

-¡BER-NA-BÉ!, ¡BER-NA-BÉ-!, ¡BER-NA-BÉ! –comenzó a gritar a la jaula de Judas con entusiástica intensidad.

-¡BER-NA-BÉ!, ¡BER-NA-BÉ-!, ¡BER-NA-BÉ! -repitió sin descanso durante días enteros enfrente del atontado plumífero, que solo emitía graves gorgoritos ininteligibles o murmuraba frases pajariles sin sentido.

El viudo empezaba a hartarse de la evidente ineptitud de Judas para entonar el sencillo vocablo y una mañana en la que, desobedeciendo las pautas del médico, tomó junto al almuerzo dos rebosantes vasos de vino que nublaron su pensamiento, agarró la jaula y la lanzó por los aires, profiriendo un contundente “¡A LA MIERDA!”

La caja de alambres se estrelló con violencia en la galería de la planta baja. Contra cualquier pronóstico, la avecilla sobrevivió al impacto y, aprovechando el resquicio que dejaron unos barrotes desprendidos, salió volando hacia la vivienda de Bernabé. Sosteniéndose en el antepecho de la terraza, Judas se quedó mirando fijamente al agresor y antes de salir revoloteando con rumbo desconocido, le espetó con claridad:

-¡A LA MIERDA! ¡BERNABÉ!




miércoles, 19 de febrero de 2014

El filósofo del spray


Mi sencillo homenaje a José Luis y María Fernanda, artífices de un sueño llamado BiblioCafé en Valencia. Un bello sueño que ha durado solo cuatro años, pero que ha dejado un importante legado: el colectivo de autores "Generación Bibliocafé", que esperamos seguir produciendo historias y perpetuando su origen.


La noche había sido horrible. Mónica, mi esposa, instalada en el baño por obra y gracia del virus de moda, no consiguió relajar las tripas hasta que expulsó su primer biberón y Laura, la pequeña, requería mi permanente compañía debido a unas inoportunas pesadillas. Para acabarlo de arreglar, el gato, sensible a tales eventualidades, no cesaba de maullar y merodeaba arriba y abajo, impidiéndome también conciliar el sueño.

A primera hora de la mañana bajé medio zombi a la calle. Después de desayunarme el coche grafiteado, negro sobre blanco, con la leyenda “LA VIDA ES INJUSTA” y acordarme de la santa madre del ocurrente filósofo del espray, salí al trabajo disparado. Tan disparado, que no conseguí frenar a tiempo en un semáforo e hice añicos los cuartos traseros de un utilitario.

Tras cumplimentar con la víctima los inevitables papeles para el seguro y mientras seguía conduciendo, en la radio anunciaban la enésima subida de la factura eléctrica, el establecimiento de nuevos impuestos y más recortes en sanidad y educación. Para compensar, el gobierno aseguraba que, gracias a Dios, la economía se estaba recuperando.

Llegué casi con una hora de retraso a la oficina. Pérez, el jefe de personal más canalla que uno pueda imaginar, me recibió en su despacho para comunicarme con su detestable retórica que el ERE presentado por la compañía había sido resuelto favorablemente, por lo que a finales de mes causaría baja en la empresa. Me pareció muy chocante recibir el pasaporte justo cuando los sursuncordas patrios predicaban la aparición de la luz al final del túnel. Imagino que ellos y el resto de la sociedad transitamos por diferentes subterráneos.

Me correspondían varios días de vacaciones y, como después de dejarme los cuernos allí durante más de dieciocho años no entraba en mis planes regalar a esos desagradecidos ni una centésima de segundo del resto de mi existencia, reuní mis trastos en una caja de cartón y me despedí con rapidez de los pocos compañeros que de verdad merecían dicho apelativo.

Estaba nervioso cuando me puse de nuevo al volante. Decidí que la mejor forma de relajarme sería almorzar en un chiringuito frente al Mediterráneo. Para ser invierno, el día pintaba soleado y una suave brisa soplaba de poniente. Perfecto para instalarse con una birra y un bocata de calamares ante la arena de la Malvarrosa viendo pasar los yates y veleros de toda esa gente, libre de crisis y preocupaciones, a la que no le importa un comino los problemas de los demás.

Estacioné en un aparcamiento de la zona azul completamente desierto, evitando darle propina al gorrilla cuya ayuda ni solicité ni necesité, y me encaminé al kiosko más próximo. Tras el carajillo, después de declinar el establecimiento de relaciones comerciales con tres amables vendedores africanos, me quedé traspuesto y solo al cabo de una hora, la sirena de una ambulancia que circulaba por allí consiguió reanimarme.

Volví al coche y esta vez los chascos fueron dos. Uno, la multa del “agente de la ORA”, una denominación que podría utilizarse en un serial de espías, siempre y cuando al protagonista no lo disfrazaran como a nuestros paisanos. Otro, un neumático rajado, delito cuya autoría enseguida atribuí al gorrilla insatisfecho –y por cierto desaparecido- aunque, a fuer de ser sincero, no disponía de pruebas fehacientes para incriminarle.

Sustituí la rueda y luego fui a un taller a comprar otra. Superada ya la hora de la comida, pensé que sería una excelente idea sorprender a las niñas a la salida del colegio y merendar con ellas algo de la basura americana que les chifla. Ya relataría a Mónica las malas noticias en casa, más tarde. Iba hacia la escuela cuando tuve que parar para atender una llamada en el móvil. Era mi hermano Carlos; acababan de ingresar a nuestro padre de urgencia en el hospital, había sufrido una apoplejía.

Doblé en la primera esquina y puse rumbo al Clínico. Cuando llegué, mi madre se lanzó sobre mí, abrazándome. “Está muy grave”, dijo entre sollozos. “Tranquila mamá, saldrá de ésta, como siempre. Es fuerte”, fue lo primero que se me ocurrió contestar. Al cabo de más de dos horas acudió un médico para informarnos que lo tenían en la Unidad de Cuidados Intensivos. “Ahora está estable, vamos a vigilar su evolución. Váyanse a casa, aquí no pueden hacer nada. Si ocurriese algo les avisaríamos de inmediato. Pueden volver mañana a mediodía, les permitiremos verlo durante quince minutos.”

Entré en mi domicilio a la hora de cenar y antes de que pudiera destapar la boca para empezar a contar las terribles experiencias que ese día me había deparado, Mónica lo soltó de sopetón, sin anestesia: “Hola, cariño. ¿Sabes que me han dicho que cierran la librería del barrio?”

Fue la gota que colmó el vaso de mi paciencia, de mi estabilidad emocional, de esa flema personal que bajo ninguna circunstancia debe confundirse con el nauseabundo “meninfotisme”(1) que suele adornarnos. Me acerqué apresurado al armario de las herramientas y en uno de sus estantes encontré dos espráis de pintura negra que alguna vez, por olvidados motivos, había comprado en la tienda de los chinos. Reposaban, pacientes, aguardando su momento de gloria. Esa noche me hinché a rotular vehículos en la Avenida de Aragón con la incontestable sentencia de mi querido colega: “LA VIDA ES INJUSTA”.





(1) Meninfotisme: en lenguaje valenciano, actitud consistente en mostrar indiferencia y desinterés por todo, incluso por cosas que habrían de preocupar o interesar . Es una característica atribuida a buena parte del pueblo valenciano.


jueves, 13 de febrero de 2014

Desmontando a Gustav


Ringo, a la edad de cinco años, divirtiéndose en la feria local


1

“Lego al mundo el maravilloso descubrimiento del mestizaje de las especies. Aún recuerdo cuando en mi juventud intentaba el cruce de moscas y arañas, de arañas y lagartos, de lagartas y gatos, de gatas y perros, de perras y leones. En tales casos el primer animal sucumbía, devorado o destrozado por el segundo. Pero, aunque amigos y familiares se mofaban, yo proseguía mis investigaciones entre impertérrito y entusiasmado.

Comprendí que existen criaturas incompatibles con otras y, espoleado por la idea de experimentar con nuestro propio género, en 1952 yo mismo me apareé con Gladys, la legendaria osa patinadora del Circo Ringling. Al cabo de varios meses nació Ringo, nuestro precioso hijo, el primer grizzly híbrido de la historia, al que eduqué personalmente en la disciplina humana. Con mucha dedicación e infinita paciencia he conseguido que articule algunas palabras; también que lea y escriba con fluidez, esto último sirviéndose de un artilugio especial que ordené fabricar a la medida de sus enormes pezuñas. Fuma habanos, disfruta en el cinematógrafo con las películas de Humphrey Bogart y adora el jazz, el be-bop en concreto. Come algodón de azúcar y le pirra montar en los autos de choque de Coney Island. Si bien es clavadito a su madre, representa el triunfo de la ciencia sobre el escepticismo, los prejuicios y el conservadurismo más recalcitrantes.

Vaya desde aquí mi sincero perdón a aquellos biólogos que tacharon de farsa mis éxitos, que me vilipendiaron y calumniaron por razones que  ellos conocerán. Solo espero y deseo que mi trabajo sea reconocido, que pase a los anales de la genética con el honor que merece.

En este libro revelo con todo lujo de detalles los secretos acerca de mis investigaciones. Confío en que su lectura animará a jóvenes científicos a tomar el testigo que la enfermedad que me mantiene postrado me obliga a ceder irremisiblemente.” (1)

(1) Extracto del prólogo a “El desafío evolutivo. Manual para la simbiosis de los especímenes terrestres” (Apocalypsis Editions, 1960), escrito por Gustav Yurinsky Jr. dos años antes de su defunción.


2

“Gustav Yurinsky Jr. tan solo contaba 42 años cuando falleció en la primavera de 1962, tras una larga y terrible dolencia. Tengo ahora 20 años, lo cual es mucho para un grizzly como yo. Creo que ha llegado el momento. Antes de traspasar la negra barrera, me siento obligado a declarar la verdad sobre los estudios de quien estaba convencido de ser mi padre. Porque hay que reconocer que su vida fue un auténtico fiasco. Cuando Yurinsky ayuntó con Gladys, desconocía que ella ya estaba preñada de Fenton, el oso que hacía malabares con antorchas encendidas mientras rodaba con una bicicleta por un alambre a diez metros del suelo. Fue mi propia madre la que me lo confesó, en nuestro propio lenguaje úrsico, durante una de mis escasas visitas a la sucia jaula que ocupaba en aquel maldito circo. También me aseguró que Gustav no dejaba de acosarla y abusar sexualmente de ella, con la finalidad de proporcionarme un hermano.

A pesar de su locura, de su compulsión obsesiva por unos experimentos disparatados, contrarios a cualquier lógica y ética natural, agradezco a mi falso padre que me mantuviese alejado de aquel inmundo negocio, donde los animales son vejados y maltratados de forma sistemática. También he de reconocer el tremendo esfuerzo que mostró para adiestrarme en la lectura y la escritura, gracias a lo cual he podido deleitarme con las grandes obras de los clásicos americanos: Poe, Melville, Twain y tantos otros. Ello también me ha permitido ganarme la vida decentemente como crítico literario en Time ya que, como el solfeo y la interpretación musical, los números nunca se me dieron bien, jamás logré pasar de la tabla del dos.

Sin embargo, a través de estas breves líneas deseo expresar mi ardiente deseo de que los discípulos de Gustav Yurinsky, si es que alguna vez llegó a tener alguno en cualquier recóndito rincón del planeta, renuncien a continuar unas investigaciones abocadas al más estrepitoso fracaso. Soy un triste embuste cubierto de un espeso pelo parduzco. Ustedes dirán que podría o debería haber declarado todo esto hace mucho tiempo. Tienen razón, es cierto. Pero comprendan que, aunque no soy humano y nunca lo seré, en mi interior albergaba serios temores acerca de las consecuencias ulteriores, de la imprevisible reacción de esos miles de personas que cada semana han seguido fielmente mis artículos en esta revista. Revista, por otro lado, que confío me contratase atendiendo a mi destreza profesional y no a mi supuesta singularidad biológica.

Imploro ahora sinceras disculpas desde esta eminente atalaya, por haber demorado la proclamación de la cruda realidad. Solo me resta suplicar clemencia. Si, como se suele decir, errar es de humanos, imagínense lo que puede hacer un plantígrado. Hasta siempre, mis queridísimos lectores.” (2)

(2) Último de los artículos publicados por Ringo Yurinsky en la columna titulada “Las osadías de Ringo”. Revista Time, 23 de Junio de 1972. Su autor murió a principios del año siguiente en el Circo Ringling, que reclamó su propiedad amparado en el contenido de esta publicación. En aquel cautiverio, Ringo fue  obligado a exhibir sus habilidades literarias: los espectadores elegían tres palabras al azar y con ellas, en cuestión de dos minutos, el inteligente grizzly escribía en una pizarra un estimable microrrelato.


domingo, 5 de enero de 2014

El banquete



Fotografía de  Nikos Vandinoudis


Solo al bobo de Nemesio se le ocurriría celebrar el banquete de sus segundas nupcias, al que ha convidado a todo el pueblo, en este baldío. Le repetí una y mil veces que lo plantara de cebada, que se pagaba bien y necesitaba pocos cuidados. Pero mi viudo, además de ceporro, siempre ha sido un holgazán de cuidado. Y encima, desde que cobró mi seguro de vida se cree el Rey del Mambo.

Pero qué idiota es el pobre. La Mariví esa, la dependienta de la pescadería, se lo ha camelado bien camelado. La muy zalamera le dice que le quiere… ¡Pero cómo puede una mujer de treinta y muchos años, aunque se le haya pasado el arroz, enamorarse de un carcamal de ochenta! Un viejo calvo, cojo, con la dentadura postiza, medio ciego y con ese genio del demonio que tiene. ¡A otro perro con ese hueso!

Ahora cuando vuelvan de la iglesia y comience el festín, les voy a dar una sorpresa. Voy a desatar una tormenta de padre y muy señor mío. Lanzo toneladas de granizo del gordo y, si puedo, porque aún no estoy muy ducha en esto, mando un rayo directo al corazón de Nemesio y me lo traigo conmigo. Lo siento mucho por los invitados, pero no puedo permitir que se consume esta mascarada.

jueves, 2 de enero de 2014

Guarden el secreto (Engracia's dreams)




En el hotel nadie lo sabe, por lo menos eso creo. Porque si se enteran los jefes, me cae una gorda, muy gorda, gordísima. Y después me ponen de patitas en la calle, seguro. Pero, aparte de a la Reme, necesito contárselo a alguien más, razón por la cual con su permiso voy a relatarles la extraordinaria aventura que estoy viviendo desde hace unas semanas.

En primer lugar, me presentaré: tengo cincuenta y seis años y digamos que me llamo Engracia. Para ser sincera ése no es mi verdadero nombre, es el de una tía mía del pueblo ya que, como pronto comprenderán, por prudencia no es sensato que ofrezca datos personales que faciliten mi identificación. La cuestión es que desde hace seis años soy empleada de la limpieza en el Hotel Marysol de Vigo (por favor, síganme ustedes la corriente, claro que ni el establecimiento se llama así ni está en Galicia). Hace casi un mes el arrendador del piso que tenía alquilado, por cierto un piso precioso, con mucha luz, bien situado y económico, me echó de la vivienda. Por lo visto había encontrado otro inquilino dispuesto a pagar una renta muy superior a la mía. El hijo de Satanás –perdonen ustedes la fea expresión-, acogiéndose a una cláusula del contrato, una de esas que hay que leer con lupa de muchos aumentos y luego resulta que puede tener seiscientas interpretaciones distintas, me obligó a desalojar en el plazo de tres días. Menudo disgusto, con lo bien que estaba en ese pisito y las amigas y vecinas tan simpáticas y amables que tenía: la Colasa, la Pura, la Robustiana... Como buenamente pude recogí las cosas y las guardé en el almacén de un primo de mi difunto esposo, a la espera de encontrar otro alojamiento digno y asequible acorde con mis escuetos ingresos.

Entre tanto debía buscar una pensión para ir tirando, aunque la primera noche me dije ¿y con todas las habitaciones libres que hay en el hotel vas a pagar por dormir en un cuchitril asqueroso? Ni corta ni perezosa, me metí en un cuarto vacío de la tercera planta. Pensé que no hacía mal a nadie y encima después lo iba a dejar como los chorros del oro. Fue entonces cuando empezó toda esta historia. Yo, que nunca he salido de mi provincia, que ni siquiera he ido a Benidorm con la ilusión que me hace, esa noche soñé que conducía un BMW a toda velocidad por una autopista de Austria o de Alemania, no sé, en los carteles todas las poblaciones tenían nombres terminados en –burg, –berg, -tadt, -brück o cosas por el estilo. En el sueño yo era un hombre y además con bigote, con lo poco que a mí me gustan los bigotes y las barbas. Paraba a tomar una cerveza y unas salchichas en un bar de la carretera y entendía y hablaba el alemán a la perfección. Luego de atravesar la Selva Negra o como se diga visitaba una fábrica de algo y me entrevistaba con un joven muy finolis y emperifollado que se llamaba Helmut y me hacía un pedido de mil toneladas de no sé qué producto químico, un encargo que en un plis-plas me reportaba una ganancia de un millón de euros, lo cual me puso muy contento. Fue un sueño entretenido, el tentempié del bar estaba bien y nunca había conducido un BMW, bueno ni un BMW ni nada, porque no tengo carnet de conducir. Además, el chico ese finolis después de enseñarme la fábrica me invitó a una copa de champán y unas chocolatinas, qué detalle; para mis cortas entendederas que era un poquito gay y pretendía flirtear conmigo, porque en su despacho solo se escuchaba música romántica italiana y en un momento dado creo que me hizo morritos y hasta me guiñó un ojo. Pero de ahí no pasó la cosa, ¿eh? No vayan ustedes a formarse una opinión equivocada, que una será pobre, pero no es ningún pendón verbenero.

Por la mañana, haciéndome la tonta, le sonsaqué a Matías el recepcionista (que sí, que no se llama Matías) la identidad del último huésped de la 307. Era un hombre de negocios granadino que estaba de paso en un viaje a Alemania. Me enseñó su foto y me quedé patidifusa: era el mismo rostro que había visto en el retrovisor del coche aquella noche. Acababa de soñar lo que le había pasado o iba a pasar a ese fulano en los días siguientes a su pernoctación en nuestro hotel.

Discurrí luego que al fin y al cabo todo había sido un sueño, que mi subconsciente debió grabar su cara y algunas frases pronunciadas hacia su teléfono al cruzármelo en algún pasillo, en el hall o incluso en el aparcamiento. La Robustiana me confesó una vez que  a menudo soñaba cosas que luego iban y le ocurrían, no obstante siempre he pensado que la Robustiana es un poco bruja, buena persona sí, muy buena, pero un poco bruja y además, las cosas le ocurren a ella, no a otras personas a las que no tiene el gusto de haber sido presentada.

La noche siguiente dormí en la habitación 504. Volví a soñar. Esta vez  tenía unos treinta años menos, era rubia y vestía de marca. Tenía un tipito encantador, nada de los setenta y dos fofos kilos que arrastro día sí y día también detrás del carrito de la limpieza. Además, iba acompañada de un galán. Sí, táchenme de anticuada, pero esa es la palabra: galán. Un joven hombretón, alto, con los ojos azules, elegante, que estaba de toma pan y moja. Era por la tarde y asistíamos en un local muy chic a la entrega de unos importantes premios literarios. Yo, que decían que era una prometedora escritora, lo cual en ese mundillo creo que equivale a decir que eres ocho ceros a la izquierda, había sido nominada al galardón de poesía. Era la primera oportunidad de salir en prensa, de ver mi nombre en los envidiables titulares de las secciones culturales. Tenía los nervios a flor de piel, estaba como un flan, quería morderme las uñas y comerme los dedos pero me tuve que reprimir dada la seriedad del certamen, lleno de críticos y fotógrafos. Finalmente no conseguí nada, ni un miserable diploma o una de esas menciones honoríficas que en ocasiones otorgan a los perdedores. Aquello me entristeció mucho, sentí que el mundo se derrumbaba, que todos mis esfuerzos habían sido en vano. Cuando salíamos del evento, mi guapo acompañante me susurró dulcemente: “Querida, tú siempre serás mi campeona. Esta noche te ofreceré un premio muy especial, un premio que mereces y solo yo puedo darte. Olvidarás enseguida toda esta sucia patraña. Estoy convencido de que mañana escribirás los versos más bellos de la historia.” Hubiera deseado vivir la entrega de aquel apasionante premio, pero justo en el momento más inoportuno sonó la alarma de mi reloj Kasio y me desperté.

Ni que decir tiene que intenté y pude averiguar que la anterior huésped de la 504 respondía plenamente a los rasgos del personaje soñado. Cuando me enteré, entendí que o el hotel o yo estábamos encantados.

Sin embargo, todo lo ocurrido lejos de asustarme me estimuló. Así es que decidí seguir durmiendo en habitaciones libres cada noche. Me di cuenta de que disfrutaba viviendo y sintiendo como otras personas que no tienen que cargar a diario con la fregona y el aspirador, que no están condenadas a limpiar retretes ni cambiar toallas o sustituir rollos de papel higiénico, que pueden llevar existencias felices o desgraciadas, pero siempre distintas a la aburrida rutina de una mini-mundi como yo. Cuando me alojé en la 409 piloté un moderno aeroplano y aterricé en la Costa Azul; transportaba a unos pasajeros muy adinerados que me dieron una excelente propina. Cuando lo hice en la 110, descubrí que mi marido me la pegaba con otra y le lanzaba una botella, partiéndole el cráneo y provocando mi detención por la policía, fue muy divertido. Cuando me atreví a dormir en una suite, en la 701, si bien reconozco que recibí unos duros golpes, pude experimentar el placer que se siente cuando noqueas a un negro irlandés de ciento veinte kilos en el tercer asalto, con un crochet de izquierda. Y así noche tras noche, de habitación en habitación.

Esto que me ocurre y ahora ya conocen, antes solo se lo había contado a la Reme, que es mi mejor amiga; ella me aconseja que lleve mucho tiento y dice también que parece que esté drogada con todo este maltraer, como lo llama la boba. Yo creo que en realidad tiene celos, pues a la infeliz la abandonó el cabrito del Fulgencio hace dos años, dejándola con lo puesto y poco más. Como se ha propuesto vivir y morir siendo una amargada, pretende que las demás nos solidaricemos con su causa. Pero yo no estoy dispuesta, yo voy a seguir a lo mío, a ser una secundaria de día y una estrella de noche. Ojalá que no se enteren en el hotel porque entonces sí, entonces se acabó la fiesta. Por favor, guarden el secreto.


miércoles, 1 de enero de 2014

Lo impredecible





El soplón era fiable, la noche su aliada. Billy había estado vigilando desde su coche y durante más de una hora aquella ventana del quinto piso en un destartalado bloque de apartamentos de Harlem, donde un par de desgraciados mantenían secuestrada a Bambi Carrington, la hija de Ronald Carrington, más conocido como “The Golden Banker”. El detective fue contratado para evitar la intervención policial que habría contravenido las órdenes de los raptores pero, esencialmente, para soslayar la entrega de los cinco kilos de rescate exigidos; porque aunque Ronnie era multimillonario, era más rácano y miserable que la madre que lo parió, por eso se agenció un sabueso tan barato.

Billy no tenía ningún plan, cada vez que en el pasado proyectó alguno palmaban uno o varios de sus compañeros. Ahora prefería trabajar solo y por intuición. Bajo su anorak, la única protección de un chaleco antibalas de segunda mano, ya que de lo único que estaba seguro al ciento por ciento era de que aquello acabaría con una ensalada de tiros. Comprobó que las  Magnum-44 estaban bien cargadas, quitó los seguros e introdujo una en la pistolera y otra en su cintura. Tras cerciorarse de que no había vigilancia en el cutre y mal iluminado hall del edificio, traspasó el umbral y comenzó a subir silenciosamente las escaleras. El ritmo cardíaco se aceleró de forma exponencial con cada pisada.

De repente, Abraham, el viejo sordo del segundo izquierda, puso en marcha a toda castaña la televisión y la famosa cocainómana reciclada en vendedora de best-sellers berreó a pleno pulmón con su carajillera voz: “¡YO POR MI HIJA MA-TO, MA-TO!, ¿COMPRENDES?”

Después de eso mi inspiración se fue a la mierda y esta hoja de papel a la puñetera basura. Aunque la he rescatado añadiendo estas últimas líneas para denunciar las desagradables consecuencias que sobre vuestros vecinos puede tener conectar la tele-detritus cuando has renunciado al uso de un audífono.

Mañana me compro una Magnum. Fijo.


viernes, 20 de diciembre de 2013

El aturullamiento




Juraría que la llevaba dentro del bolso. ¿Cómo puedo haberla perdido? ¡Dios mío, si este rímel no es mío! Y este pintalabios… ¡Vaya color horroroso! ¿Y esta cartera? ¡Mierda! ¡Pero si este no es mi bolso, éste es de Chanel! Ya sé: en la cafetería, cuando me he sentado al lado de esa rubia. Al irme me he aturullado y he cogido el  suyo en lugar del mío. ¡Joder, si lleva pasta la tía! Y cinco tarjetas de crédito. Se llama Susana. Pues que te den, Susana. Lo siento por ti, querida, no te asustes cuando veas la mano de Agustín. Puedes tirarla en cualquier sitio, es lo último que me quedaba de él.


miércoles, 11 de diciembre de 2013

Naboman en la Luna




El agente estacionó su berlina en la acera de enfrente. Interpretó como buen augurio ver ondear una pequeña bandera nacional en la fachada de la casa. Cuando Dolores salió con sus tres mocosos y arrancó el todoterreno con dirección al colegio y a su trabajo, Mark se apeó y se dirigió a la vivienda. Un hombre entre treinta y cuarenta años abrió la puerta.

-Buenos días.

-Buenos días. ¿Qué se le ofrece, caballero?

-¿Es usted Reinaldo Fuentes?

-Efectivamente, diga usted.

-Me presentaré: mi nombre es Marcus Calloway, delegado para asuntos espaciales de la Central de Inteligencia. Encantado de conocerle –dijo, extendiendo su mano hacia la de su interlocutor y estrechándola.

-¿De la CIA?

-Correcto. Delegado para asuntos espaciales.

-¿Espaciales? –preguntó Reinaldo mientras con un ademán ofrecía al visitante que entrase en su casa.

-Sí, señor. De hecho vengo en nombre de la NASA.

-No comprendo. Tome asiento, por favor.

-La NASA tiene un proyecto que por el momento no puede hacerse público y ha pensado en solicitar su colaboración.

-¿No se estarán confundiendo? Debe tratarse de un error.

-De ninguna de las maneras. Le explicaré, aunque antes he de advertirle que todo lo que hablemos aquí y ahora es absolutamente confidencial. La información que le proporcione no deberá difundirla bajo ningún concepto hasta que, en su caso, se le autorice.

-Descuide, no contaré nada a nadie, puede estar tranquilo. Prosiga, se lo ruego.

-La NASA, interesada en estudiar las posibilidades de colonización de nuestro satélite, desea en 2015 plantar nabos en la luna. Usted ostenta el récord Guiness por el cultivo documentado del nabo más enorme de la historia. Necesitamos que forme parte de la expedición y aplique sus técnicas agrarias.

-¡Están ustedes locos de remate!

-¿Disculpe?

-No pienso formar parte de ninguna expedición espacial y acabo de decidir que tampoco compartiré con ustedes el secreto de mis técnicas. Pero… ¿Cómo se les ocurre semejante estupidez? ¿No piensan que con el extraordinario coste de ese proyecto podrían aliviar el sufrimiento de muchos seres humanos aquí, en la Tierra?

-Señor Fuentes, comprenda que solo soy el portavoz de la NASA y que el proyecto se llevará a cabo, salvo imprevistos, con o sin su participación. Deseo que sea consciente de que autoridades muy importantes, cuyos nombres no estoy autorizado a desvelar, estarían entusiasmadas con su cooperación. Por otro lado, sus emolumentos alcanzarán las seis cifras, factor para nada desdeñable. Tenemos también a varios especialistas escribiendo ya su autobiografía, que estamos convencidos será el best-seller de 2016 y será traducida y distribuida en todo el mundo; de los derechos le cederemos un ochenta por ciento. Como posible título, ya se barajan algunos: “El adorador de nabos”, “Nabogando por el espacio” o “Naboman en la luna”. Por supuesto, también están las conferencias. Si acepta, ni su mujer ni usted tendrían que trabajar durante el resto de sus vidas, llevarían una vida lujosa y sus hijos podrían acceder a las más prestigiosas escuelas y universidades.

-Me acaba de convencer de que son todos ustedes unos completos tarados. Explique a esas misteriosas autoridades que solo les ayudaré si regresan a mis padres de la tumba. Desplegaron sus leyes hace años para expulsarlos de aquí por carecer de papeles, obligándoles a volver a su país donde murieron casi en la indigencia. Puede empezar a ahorrar saliva, agente, y poner en práctica un plan B ahora mismo. Si quiere, le presento a mi amigo Norman Saliewski, también figura en el libro Guiness como el propietario de la gallina que pone los huevos más grandes del Universo. Si le convence y lo llevan con ustedes, en la luna podrían merendarse unas buenas tortillas de nabo. Esta conversación ha terminado. Buenos días, caballero.


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martes, 26 de noviembre de 2013

La apuesta




Ellos, siempre tan inmaduros, se lo tomaron como una simple apuesta. Yo estaba seguro de que se trataba de un inédito experimento sociológico. No hay huevos, me dijeron. Hay huevos de sobra, pero no os voy a dar el gustazo de hacerlo gratis. Si deseáis espectáculo tenéis que pagarlo y yo pongo el precio: trescientos euros; si queréis lo tomáis, si no, olvidaos. Los cinco se reunieron en un apartado corrillo y tras varios cuchicheos Jorge, el líder, se volvió hacia mí para comunicarme que aceptaban, pero que si no cumplía habría de apoquinar la pasta sin dilaciones. De acuerdo, pasado mañana es lunes, todo comenzará a las ocho y acabará a las cinco de la tarde del viernes. Sellamos el compromiso palmeando nuestras manos y nos despedimos hasta la semana siguiente.

Como cada día de clase, el lunes tomé el autobús que me llevaría al Instituto. El chófer primero me miró con aspecto incrédulo y luego no pudo reprimir un gesto despectivo, como queriendo expresar ¡vaya pedazo de tarado! Los pasajeros imitaron el mohín del conductor y noté que algún chico más joven me observaba con relativo temor.

En el cole los compis (incluidos los cinco perdedores) se descojonaban de mí por los pasillos, lo cual no dejaba de ser un riesgo calculado, asumido y controlado. Lo que no tenía demasiado claro era cómo reaccionarían los profesores. La de Filosofía se lo tomó con bastante ídem., aunque me mandó a la última fila, prohibiendo las miradas hacia atrás de los colegas. Pero a segunda hora teníamos al Foca, el sujeto que impartía Geografía e Historia y el primer día de clase nos flipó a todos preguntando, desde el abismo de su poblado bigote, dónde estaba Milwaukee, como si eso le importara una mierda a alguien. Como era previsible, el Foca se mostró inflexible y me llevó al despacho del Director. Éste intentó convencerme de mi inadecuado proceder, de que me dejase de absurdos juegos que solo contribuían a desestabilizar el ambiente del centro. Me prometió evitar represalias y no avisar a mis padres. Le contesté que no era un juego sino un trabajo de campo que iba a durar hasta el viernes y que estaba en mi derecho de vestir como me diera la real gana. El muy obtuso se cerró en banda, lo que me obligó a confirmarle repetidas veces que mi decisión era inapelable. Bien, chaval, pues tu investigación no se llevará a cabo en mi Instituto, estás expulsado por una semana, vuelve el lunes que viene e intenta no tocar más los cojones; pasa por Secretaría, en diez minutos te daremos un escrito para tus padres. Espero que te impongan un duro castigo. Deje en paz a mis padres, Director, ellos a diferencia de usted me conocen y saben cómo tratarme. Son personas modernas, comprensivas y liberales, no como ustedes, que parecen muertos vivientes enarbolando continuamente doctrinas y prejuicios trasnochados. Mira chico, lárgate antes de que me cabree más y te meta un paquete importante. ¡Adiós muy buenas!


Cuando llegué a casa, convencido de que aquellos tarugos no iban a soltar la mosca pero que tampoco se atreverían a reclamar ni un céntimo, me desprendí del disfraz de espermatozoide y puse a todo volumen a los Vampire Weekend.


sábado, 23 de noviembre de 2013

Misión imposible




Tengo al muy inútil sentado aquí enfrente, balanceando su tórax adelante y atrás sin parar. Va a conseguir ponerme histérico. No entiendo cómo ese cuerpo descomunal aloja un cerebro tan microscópico. La ha cagado con todo el equipo y aún intenta justificarse.

-Jefe, son cosas que pasan. Somos humanos, cometemos errores. Era de noche. Fue un puñetero malentendido.

Con gusto le habría saltado todos los dientes de un guantazo. Le asigné esa operación únicamente porque su padre me lo suplicó; no sé negarle nada a mis amigos. Harry querrá morirse cuando se entere.

-Te dije que el tipo se llamaba King, K-I-N-G, ¿entiendes? Treinta tacos, caucásico, residente en el 138 de Bay Avenue. Y tú vas y te cargas a un negro llamado Quinn, Q-U-I-N-N, de cincuenta y muchos, que vive en el 138 de Abbey Street. ¡Zoquete!

El idiota se queda quieto, analizando el diseño del parquet. Luego levanta poco a poco la vista y con semblante entre serio y compungido tiene la santa barra de preguntar:

-Entonces, jefe ¿no me va a abonar este trabajo?


lunes, 28 de octubre de 2013

La fibra sensible



Demasiados asientos vacíos para un vuelo low-cost” discurrió el Inspector Bustamante desde la fila 22 izquierda, asiento pasillo. “Con los recortes esto es una mierda. He de custodiar yo solo a este capullo, con el que comparto grilletes hasta para ir a mear. Cuando llegue a Madrid voy a montar un pollo al mismísimo Comisario Provincial. Esto no se le hace a un inspector, por menospreciado que lo tengan”.

-Jefe, ¿puedo usar tu móvil?

-Pero, ¿tú en qué coño estás pensando, atontado? Ya hablarás con tu abogado cuando estés en Comisaría.

-No te cabrees, jefe. Es para felicitar a mi madre, que hoy es su cumpleaños…

-Claro, hombre, claro, y piensas alegrarle el día diciéndole que has sido detenido.

-Venga, hombre, déjame llamar. No seas mala persona. Mira, si lo haces, juro decirte dónde tengo escondida una parte del botín.

-Joder, ¡anda que no tenéis suerte algunos! Acabas de tocar mi fibra sensible, chaval. Toma y llama, pero sé breve.


sábado, 26 de octubre de 2013

The LOVE Brothers



-Chicos, chicos, chicos, creo que os estáis precipitando... Mirad que en esta vida para todo hay remedio menos para la muerte, les dije.

-¡Y una mierda!, contestó a viva voz el que parecía más gallito y al mismo tiempo menos espabilado.

Todo empezó por mi inveterada adicción a la nicotina. Ya lo repetía una y otra vez Deborah, mi última novia: “El tabaco te va a matar, cariño”. Aunque era cerca de la medianoche, decidí acercarme al bazar a por un paquete de Marlboro. Fue de vuelta al apartamento cuando me interceptaron y acorralaron en un apestoso callejón, próximo a la Avenida Tremont. Había oído hablar de ellos, eran cuatro matones llamados Leonard, Otis, Vincent y Ernie. Por algún motivo se les ocurrió utilizar las iniciales de sus nombres y autodenominarse The LOVE Brothers, aunque en los fondos por los que yo me movía todos les conocían como The Democrats. En el fondo eran cuatro paletos de pueblo que el destino había reunido en el Bronx. La suma total de sus masas encefálicas era inferior al seso de un canario. No constituían una banda organizada, imposible que planeasen nada racional con su despreciable coeficiente intelectual; simplemente trabajaban para otros bajo pedido e iban sembrando el barrio de cadáveres. Siempre el mismo sistema: un disparo en la cabeza, otro en el corazón, otro en el vientre y otro en los huevos. Nunca comprendí lo del disparo en los huevos, tal vez era su firma, su marca, vete tú a saber. Les llamaban The Democrats porque, aunque operaban por encargo, antes de liquidar a alguien siempre votaban entre ellos para decidir si lo hacían o no. Parece una estupidez y de hecho lo es, pero no se nos olvide que estamos hablando de unos tipos estúpidos hasta decir basta. Me contaron que en su último trabajo, la votación para decidir si se cargaban a Danny DiPaula quedó en empate. Seguramente más de uno de aquellos sicarios todavía necesitaba aprender las vocales. Lanzaron entonces un dólar de plata y Danny perdió. Eran imbéciles, pero también duros de cojones. Se rumoreaba que una vez que arrestaron a Otis y le aplicaron el tercer grado no solo no pió nada, sino que consiguió volver majareta a uno de sus interrogadores, el cual acabó confesando un delito de pederastia.

Pues bien, allí estaba yo, esposado a una tubería del gas en la callejuela más asquerosa y oscura de Nueva York, delante de ese póker de zoquetes que se presentó de parte de Wesley Murphy, un usurero al que adeudaba desde hacía meses la módica cantidad de veinte de los grandes más intereses. Como ni tenía la pasta ni preveía tenerla en un próximo futuro, Murphy decidió cargar esa cantidad en su libro de pérdidas y ganancias, no sin antes tacharme de su lista de morosos. The democrats ya habían votado y el resultado fue de tres a uno en mi contra. Alguien había aprendido el a-e-i-o-u desde el último asesinato. Ahora, después de rezar para que el disparo en los huevos fuese el último de los cuatro, probé a gastar saliva, que es sin duda el procedimiento más asequible para alargar la vida cuando ni puedes salir corriendo ni tienes un centavo en el bolsillo.

-Chicos, chicos, chicos, creo que os estáis precipitando... Mirad que en esta vida para todo hay remedio menos para la muerte, les dije.

-¡Y una mierda!, contestó a viva voz el que parecía más gallito y al mismo tiempo menos espabilado.

-Creo que cuando habéis votado no tuvisteis en cuenta una información muy importante, decisiva, diría yo.

-¿Qué información ni qué ocho cuartos?

-Chicos, tengo información privilegiada sobre la sexta carrera de mañana.

-¿Información privilegiada? ¿Qué rayos es eso?

-Que alguien se ha ido del morro y me ha soplado cuál será el caballo ganador.

-¡No jodas!

-Sí, os lo juro por mis huesos, ¡que contraigan un cáncer si es mentira!

Aquellos palurdos se miraban entre sí embobados.

-Eso significa que si me dejáis vivir hasta mañana, por la noche os duplicaré los honorarios de Murphy, incluso es posible que salde con él mi deuda. Creo que deberíais considerar la posibilidad de votar de nuevo.

-Nunca votamos dos veces, Buchanan. Es nuestro método.

-Pero ¿qué me estás contando, hermano? Si hasta en las Cámaras repiten las votaciones, tronco. Vuestro método está anticuado, es inflexible y poco práctico. Deberíais ir pensando en cambiarlo. Este sería un buen momento para hacerlo. Recuerda que se trata de pasta, amigo.

-Espera.

Los tipos se apartaron unos metros y, colocados en círculo, con los torsos inclinados hacia adelante y cogidos de los hombros, como si estuviesen estudiando una jugada de fútbol, empezaron a cuchichear por lo bajini. Al cabo de dos minutos se incorporaron dirigiéndose hacia mí.

-Hemos decidido por unanimidad que, excepcionalmente, haremos una segunda votación. Pero no nos vengas luego con más gilipolleces, porque no habrá nuevas votaciones.

-OK, hermano. Estoy convencido de que habéis tomado una inteligente determinación. Siempre me ha encantado la democracia, por eso amo este país. ¡Dios bendiga a América!

Me invadió una absurda alegría. Me veía camino de Seattle en el primer Greyhound de la mañana cuando, después de murmurar de nuevo, se giraron para informarme.

-Buchanan, el resultado ha sido de dos a dos.

Joder, ¡me cago en la leche que mamaron! Estos tipos no tenían arreglo. ¡Vaya pandilla de anormales!

-Juro que no os entiendo, chicos. Pienso que…

-¡Basta ya de rajar y tocar las pelotas, Buchanan! Me duele la cabeza de oírte. Creo que si pronuncias una sola palabra más, te estrangulo. Acabemos con esto, necesito una aspirina. Nuestro método estipula que en caso de empate lanzamos un dólar de plata. Tú eliges: cara o cruz. Si aciertas, te las piras bien lejos. Al quinto pino. No queremos volverte a ver. Pero si pierdes la espichas, ¿entiendes?

-Capito, hermano. Pero antes de escoger tengo dos preguntas que haceros.

-Adelante.

-La primera es por qué el disparo a los huevos.

-Eso fue una idea de Ernie, mejor que te lo cuente él.

-Es una explicación fácil. Si le pegas un tiro en los testículos a un tío, se concentra en el dolor que eso le causa y los demás disparos ni los nota. Digamos que es una terapia pre-mortem, destinada a rebajar el sufrimiento. ¿Comprendes?

De esa descabellada aclaración solo deduje que el primer tiro era en los huevos. Mierda.

-OK. Y la segunda pregunta es qué eligió Danny DiPaula.

-Cara.

-No, cruz, dijo otro.

-Cara, seguro que fue cara.

-Que no, que te digo que fue cruz.

-¡Maldita sea! ¡Yo tiré la moneda y sé lo que salió! ¡Salió cruz, había elegido cara!

-Eres un capullo integral, Leo. ¡Vamos a votar a ver qué es lo que eligió Danny!

La escena era completamente delirante, surrealista. Cuatro chalados discutiendo por semejante sandez.

Nunca he creído en milagros y siempre he aborrecido a la pasma, pero reconozco que esa noche la irrupción de un coche patrulla en el callejón, mientras los mentecatos murmuraban y votaban de nuevo, me hizo recobrar la fe en Dios. ¡Ah! Y además desde entonces no he vuelto a fumar.