Fotografía de Nikos Vandinoudis
Solo al bobo de Nemesio se le
ocurriría celebrar el banquete de sus segundas nupcias, al que ha convidado a
todo el pueblo, en este baldío. Le repetí una y mil veces que lo plantara de
cebada, que se pagaba bien y necesitaba pocos cuidados. Pero mi viudo, además
de ceporro, siempre ha sido un holgazán
de cuidado. Y encima, desde que cobró mi seguro de vida se cree el Rey
del Mambo.
Pero qué idiota es el pobre. La
Mariví esa, la dependienta de la pescadería, se lo ha camelado bien camelado.
La muy zalamera le dice que le quiere… ¡Pero cómo puede una mujer de treinta y
muchos años, aunque se le haya pasado el arroz, enamorarse de un carcamal de
ochenta! Un viejo calvo, cojo, con la dentadura postiza, medio ciego y con ese
genio del demonio que tiene. ¡A otro perro con ese hueso!
Ahora
cuando vuelvan de la iglesia y comience el festín, les voy a dar una sorpresa.
Voy a desatar una tormenta de padre y muy señor mío. Lanzo toneladas de granizo
del gordo y, si puedo, porque aún no estoy muy ducha en esto, mando un rayo
directo al corazón de Nemesio y me lo traigo conmigo. Lo siento mucho por los
invitados, pero no puedo permitir que se consume esta mascarada.