Mostrando entradas con la etiqueta Negro. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Negro. Mostrar todas las entradas

jueves, 1 de mayo de 2014

¡ Salute !


Herbert Ellis fue siempre un buen, fiel y disciplinado soldado. Su única deficiencia, carecer de origen italiano. Pero ya dicen que nadie es perfecto, y os garantizo que en nuestro negocio esa ley se cumple inapelablemente. Jamás me faltó al respeto, cumplía con rapidez y pulcritud todos los trabajos que le encomendaba y se cuidaba de poner en solfa cualquiera de mis decisiones, por equivocadas que pareciesen. No discutía por los emolumentos y mantenía una vida privada muy conveniente para los intereses de la familia, con la que estaba comprometido hasta la médula. A Ellis lo descubrí muy joven, hace ahora más de treinta años, en un lupanar del West End; vigilaba que los clientes conservaran la debida compostura con las chicas y retribuyesen sus servicios de forma exacta y puntual. A pesar de su severa apariencia, no era un matón al uso: se declaraba un apasionado del diálogo aunque a veces, cuando las discusiones desembocaban en un callejón sin salida, sus obstinados interlocutores terminaban con algún hueso roto, un agujero en la tripa o sencillamente fiambres. Porque Herbert Ellis, además de fuerza física e inteligencia, disponía de una cualidad de la que muchos adolecen, tenía criterio, amigos, y sabía cuándo alguien merece o no seguir respirando.

Nuestro querido Herbie era también un hombre de principios. No sólo detestaba la religión, tampoco creía en Dios. Recuerdo que en cierta ocasión me aseguró que, si se lo encontraba en el otro barrio, le invitaría a unos tragos en compensación a todas aquellas veces en las que le maldijo. Apuesto a que necesitará más de una destilería para poder saldar esa deuda con el Creador.

Pocos de vosotros sabéis que estuvo a punto de cumplir la ilusión de intervenir en una película de Hollywood. Intercedí por él ante un empresario de la industria del cinematógrafo, pues daba el perfil de malvado que la mayoría de los films requieren. Sin embargo, poco antes de debutar junto a Broderick Crawford, Veronica Lake y otros peces gordos, fue condenado a tres años por robo con allanamiento. Cuando salió de la trena, ya no volvió a mencionar aquel sueño.

Hoy Herbie nos dice adiós, la tierra de la que vino cubrirá su féretro, pero este gran colega permanecerá siempre en nuestros corazones. Y no sólo en los nuestros, también en los de quienes lo asesinaron, porque ya he ordenado que las balas que los atraviesen lleven grabado el apellido Ellis. De esa forma, el diablo no necesitará más referencias y sabrá administrar a esos traidores el castigo que merecen.

Finalicemos este acto como él hubiera deseado que lo hiciésemos. Alcemos nuestras copas y brindemos por los magníficos momentos compartidos con ese fenómeno llamado Herbert F. Ellis. ¡SALUTE!


domingo, 27 de abril de 2014

Ajuste de cuentas



De súbito, despiertas. Abres los ojos, acostado al lado de una mujer desnuda a la que no conoces. Sobre un colchón que tortura tus vértebras. En la infame habitación de un mísero motel. Te levantas con dificultad, encogiéndote de dolor. Descorres las cortinas. Fuera, bajo el sol naciente, un paisaje árido en tonos ocres. Estás en medio del desierto que a lo lejos atraviesa una carretera solitaria. Te vuelves y reparas en la insólita belleza de esa misteriosa mujer. También en su palidez extrema. Te acercas y cuando compruebas que no reacciona a tus llamadas, que parece no respirar, la abofeteas. Nada. Verificas su pulso y decides que está muerta. Te entra el canguelo. No hay sangre, tampoco marcas de violencia en ningún rincón de su preciosa anatomía. Pero te acobardas porque, además, no logras recordar. No sabes dónde te hallas ni cómo has podido llegar allí. Ignoras quién es la diosa muerta. Lo ocurrido durante las anteriores veinticuatro horas sencillamente se ha desvanecido, ya no forma parte de tu vida, de tu historia. Entonces observas alrededor. Sobre una pequeña mesa, tumbada y vacía, descansa una botella de bourbon; a su lado, un cenicero repleto de colillas. En el suelo una vieja máquina de escribir, destrozada. Y la papelera, llena de folios estrujados. Tomas uno de ellos y lees la única línea que hay mecanografiada en él. A continuación despliegas otro que muestra la misma leyenda. Y luego otro y otro más, hasta vaciar la cubeta. Comienzas a temblar. En todos aquellos papeles, las mismas palabras: “Hoy encontré a mi musa; va a pagar por todo lo que no hizo”


viernes, 14 de marzo de 2014

El atenuante



Juro que cuando abrí el cajón de la mesa buscando una estilográfica, en su lugar encontré una pistola. Por eso, en vez de firmar una declaración de culpabilidad, no me quedó más remedio que disparar al comisario. Confío pues que comprenda que todo fue un desafortunado accidente, señoría.


viernes, 21 de febrero de 2014

La fórmula



Las extrañas y repentinas muertes de Louis Morand y Pierre Duvivier me abrieron los ojos. Pronto saqué dos conclusiones. Una, en el INIM teníamos un topo y dos, si no movía ficha rápidamente el mío sería el próximo cadáver.

-¿Fórmula? ¿Y para qué habríamos de querer nosotros una maldita fórmula?

Aquellos tipos, además de peligrosos eran duros de mollera. Un viejo colega del colegio, Jean-Luc Leclerc, me puso en contacto con ellos. Asistir a una escuela pública tiene sus ventajas y sus inconvenientes. En este caso, la ventaja de haber conocido a Leclerc, un ser marginal que vivía hacía años practicando funambulismo sobre el delgado filo de la ley.

Cuando el ascensor de Louis Morand, director del Instituto Nacional de Investigaciones Médicas, se precipitó al vacío desde la decimoséptima planta del edificio donde vivía, todos lamentamos ese desgraciado accidente. Pero cuando a las pocas semanas el subdirector Duvivier empotró el vehículo que conducía con un camión-tráiler que de forma inexplicable invadió su carril, los compañeros del Instituto comenzaron a sospechar de la caprichosa naturaleza del azar. Yo fui el único que no dudé, que lo tuvo claro.

Como adjunto a la dirección y única persona viva con acceso a todos los archivos y expedientes del centro, era lógico que temiese por mi supervivencia y la de mis familiares. Contacté entonces con Jean-Luc a través de un amigo y ex-compañero común, un músico llamado René. Lo bueno de los individuos como Leclerc es que les invitas a dos buenos tragos, les financias un revolcón de calidad y olvidan preguntarte para qué narices necesitas unos sicarios. Así es que no puso reparos en facilitarme el teléfono de un tal Gaetano Perinetti, un napolitano instalado en Marsella que, según sus informaciones, contaba con un equipo de élite que resolvía trabajos complicados con una rapidez y pulcritud exquisitas.

-Quiero ver muertos al ministro de Sanidad y a los Presidentes de las dos compañías farmacéuticas más importantes de Europa y mi deseo es que todo ello ocurra antes de una semana, el mismo día y si es posible a la misma hora –dije a Gaetano en la reunión que mantuvimos en Génova y a la que acudieron también dos miembros de su staff.

-Eso le va a salir muy caro, ¿lo entiende, verdad?

-Lo entiendo, por supuesto que lo entiendo. Y también espero que ustedes entiendan que aunque no tengo un euro, dispongo de una fórmula valiosa, muy valiosa.

-¿Fórmula? ¿Y para qué habríamos de querer nosotros una maldita fórmula?  –replicó Perinetti con su peculiar acento del suroeste italiano.

-Se lo explicaré. Dos de los tres hombres con acceso a esa fórmula ya han sido asesinados por cuestiones pecuniarias. Yo soy el tercero. Digamos que a las grandes farmacéuticas no les interesa que se desarrolle ningún medicamento que ponga en riesgo sus sucios negocios. Y el ministro no deja de ser sino un títere de esas corporaciones, un cómplice indecente pero necesario. Solo eliminando a los tres enviaremos un mensaje claro al resto de posibles implicados y tendremos la oportunidad de lanzar un producto que salvará millones de vidas.

-Pero… ¿Cómo se come eso, si nos entrega la fórmula a nosotros?

-Morand, Duvivier y yo mismo sabíamos que nuestro descubrimiento contrariaría los intereses económicos de cierta gentuza. Por eso buscamos discretamente a alguien atraído por la idea de pasar a la historia como un héroe. Es un multimillonario árabe propietario, entre otras muchas, de una empresa química ubicada en una apartada región. Íbamos a donarle la fórmula, pero llegados a este punto prefiero que ustedes hagan su trabajo y se cobren vendiéndosela por una pasta gansa. Él no desea participar en estas negociaciones, quiere quedar al margen de las mismas.

-¿Así de sencillo?

-Afirmativo. He hablado con él y hemos convenido que la compensación será muy sustanciosa. El mismo día que cumplan su parte del trato recibirán por mensajería urgente un abultado dossier en la dirección que ustedes me indiquen. Al cabo de un par de días el propio comprador o uno de sus representantes le telefonearán para ultimar los detalles del intercambio.

-¿Y quién le dice que no fuimos nosotros los que despachamos a Morand y Duvivier? ¿Quién puede asegurarle que no son usted y el árabe nuestros próximos objetivos?

Esas preguntas casi consiguieron helar mi sangre. La posibilidad existía, pero una inevitable deformación profesional me indujo a pensar que la probabilidad era despreciable.

-En ese caso, les imploro solo una pizca de humanidad para romper sus compromisos y colaborar con nosotros. Les repito que la vida de una buena parte de la población mundial está en juego. Con este nuevo fármaco, muchos de sus familiares y amigos no habrían muerto: es ni más ni menos que el remedio contra el cáncer.

Gaetano Perinetti esbozó una lacónica sonrisa, bajó la vista y asintió en silencio.


martes, 11 de febrero de 2014

Suerte o destino




El calendario era el principal obstáculo. Belafonte había descubierto serios indicios sobre el perjurio cometido por Elizabeth, pero las pruebas definitivas que permitirían reclamar la celebración de una nueva vista se resistían a aparecer. La inexplicable obstinación de la fiscal impidiendo el acceso del letrado al informe de los forenses, entorpecía también el avance de las investigaciones. Mientras, el tiempo transcurría inexorable y Alfred, bajo su uniforme naranja, perdía la paciencia hasta el punto de manifestar propósitos suicidas que nunca tomaron en cuenta las autoridades penitenciarias. Cuando todo se antojaba definitivamente perdido, cuando la muerte se aprestaba a doblar la esquina para llevarse a Alfred no con su guadaña, sino con una jeringuilla hipodérmica, la suerte o el destino dictaron una prórroga. El diario de la tarde informaba del hallazgo de otra víctima asesinada con el mismo ritual diabólico, con idéntica malicia criminal. Y la ejecución fue suspendida.


domingo, 9 de febrero de 2014

La llamada de la sangre



El alguacil Parsons y el reverendo Coughan: ellos son ahora el principal problema.

Me vi forzado a intervenir. Justin es un perfecto imbécil, pero es mi hermano. Dicen que la sangre llama a la sangre y puedo atestiguar que es cierto, una verdad como un templo. Por eso llegué a la penitenciaría ataviado de clergyman, asegurando que Coughan estaba enfermo y me enviaba para reconfortar al condenado en sus últimas horas. Por eso extraje el revólver cuando abrieron la celda para trasladarlo al patíbulo. Por eso disparé a las piernas de un policía y por eso coloqué el cañón en la sien de Parsons tomándolo como rehén, lo cual facilitó nuestra huida en su propio automóvil. Por eso estamos ahora en este sucio granero, intentando tomar una decisión. Opino que matarles no resolverá nada, pero ya he dicho que Justin es un perfecto imbécil. Por eso aprieto fuertemente esta Biblia y pido a Dios que ilumine a mi hermano para que no se equivoque de nuevo, para que no me arrastre al infierno.


domingo, 2 de febrero de 2014

La lástima




Ahora reconozco que El Chino no era tan mala gente. El Chino tampoco era asiático y su apellido real era Williams; un profesor de inglés que no tenía la culpa de haber sido formado –el diablo sabrá dónde- bajo la cavernícola premisa de “la letra, con sangre entra”. Y aunque comencé a odiarle el día en el que, por no haber hecho las tareas, me rompió de un golpe el tímpano, he llegado a entender que El Chino no era ningún psicópata disfrazado de educador. Solo un lobo solitario, reprimido, desgraciado hasta decir basta, que únicamente pretendía no suscitar lástima a los demás. Aunque para nuestra desdicha, no encontró peor fórmula que el uso cotidiano de la brutalidad, maltratando y aterrorizando a unos niños inocentes.

Olvidadas mi infancia pero sobre todo mi inocencia, comprendí mientras ponía el cañón del revólver en su nuca, que le haría un gran favor, que con una leve presión de mi dedo índice ahuyentaría al instante todos los fantasmas de su pasado. Como el fantasma de mi sordera, por ejemplo. Cuando suplicaba piedad mediante susurros ininteligibles, yo acercaba el oído dañado a sus labios y exigía que hablase más fuerte, más claro. Amarrado a una silla en aquella factoría abandonada, se orinó encima antes que de una patada lo tumbase y le dejara allí postrado. Antes de irme grité que me daba muchísima lástima lo cual, aun siendo una gran mentira, era precisamente lo único que él jamás habría querido escuchar en toda su infame existencia.

Esta mañana, el diario ofrecía la noticia del hallazgo de los restos de un cuerpo devorado por las ratas.


lunes, 27 de enero de 2014

Conclusión



Mientras corría solo por la campiña bajo una espantosa tormenta, a Fernando le alcanzó un rayo. Su cuerpo se vino abajo, desmadejado, con la indeleble marca de una quemadura en el temporal izquierdo. Lo que Fernando ignoraba, porque nadie nunca en ningún lugar había sobrevivido para contarlo, es que cuando te fulmina un rayo y tu corazón se detiene y casi todas las partes del organismo se declaran en huelga indefinida, tu cerebro sigue funcionando. Las neuronas, posiblemente estimuladas por la descarga eléctrica, persisten en trasladar información a través de la materia gris durante un período de tiempo imposible de determinar; tal vez segundos, tal vez minutos, cualquiera sabe. En tanto continuaba lloviendo sobre el inmóvil cadáver, sobre unos restos que ya no percibían ni la humedad ni la ventisca ni el frío, Fernando tuvo dos últimos pensamientos. Primero reconoció la nefasta decisión de salir a hacer jogging con los espesos, negros y gigantescos nubarrones que auguraban la peor fatalidad en un firmamento que ahora no conseguía ver, porque la conexión con sus ojos estaba interrumpida. Después se arrepintió de haber asesinado horas antes a su esposa Rebeca y al hombre con el que la sorprendió amándose apasionadamente, concluyendo que el destino acababa de impartir justicia.





lunes, 20 de enero de 2014

La confesión



Mi verdadero nombre es Ruddy Taylor y soy de Chicago. Todo comenzó hace más de cuarenta años, cuando yo tenía veinte. Aquel día de finales de septiembre de 1963 mi viejo se tropezó con un amigo, un tipo apellidado Wayne o Cooper o Scott, no recuerdo, era un tipo con el apellido de una estrella de cine. Pues bueno, resulta que ese individuo tenía contactos en el FBI, os aseguro que es verdadero todo lo que cuento. El amigo de mi padre, que se llamaba como un actor de Hollywood que hacía pelis de cowboys y apuesto que tendría apariencia de profesor de filosofía, le comentó que el FBI buscaba savia nueva para una misión especial y bueno, ya os podéis imaginar que en esa clase de sitios no publican unas pruebas de acceso o una oposición como si se tratase del típico puesto de funcionario, de uno de esos que trabajan detrás de una ventanilla sellando papeles, explicando a la gente los impresos que tiene que cumplimentar y todo ese rollo. El viejo llegó a casa y me ordenó que al día siguiente me presentase en una dirección con la tarjeta de ese conocido suyo y hablase con un sujeto llamado Davis o Brown o Baker o Morgan, solo me acuerdo que se apellidaba como un famoso trompetista de jazz muerto, pero no me preguntéis como cuál de ellos. Me dijo que estaba harto de verme sentado frente al televisor, bebiendo cerveza y rascándome las pelotas. Que era hora de espabilar y ganarme las alubias, o las lentejas, o no sé qué mierda de legumbres, soltó mi viejo. El caso es que al día siguiente dejé de rascarme las pelotas y acudí allí, a un despacho en el centro de la ciudad, un local un poco misterioso, no estaba rotulado y la recepcionista te observaba como te observa una máquina de hacer radiografías, con cara de preguntarse de dónde habrá salido este desgraciado con ese cutis donde es imposible encontrar un centímetro cuadrado libre para plantar más acné. Luego, el fulano con nombre de trompetista, que no tenía ninguna pinta de músico, sino que más bien parecía un carnicero vestido para ir a un entierro, me dijo que necesitaban a un joven sin escrúpulos, con pocos amigos pero con ganas de hacerse millonario, que no amase demasiado a su familia y que valorase su maldito culo lo suficiente como para mantener la boca herméticamente cerrada el resto de su vida, no recuerdo su apellido, pero recuerdo a la perfección las palabras “la boca herméticamente cerrada”. Le dije que había encontrado a su hombre, que yo no tenía amigos y que mi única familia era mi padre, al que odiaba desde que era un crío. Que estaba a su disposición y que fuera sacando el contrato para firmarlo al galope. Qué contrato ni qué niño muerto, me contestó el carnicero, aquí con mi palabra es suficiente; si te vale de acuerdo y si no, lárgate cagando leches. OK, le dije (siempre me cayeron bien los carniceros), cuente conmigo, me fío de usted, ¿cuándo empezamos? El hombre que nunca firmaba contratos me hizo unas fotos, me dio cien dólares, como os lo cuento, era la mayor cantidad de pasta que había visto nunca cualquiera de mis tristes bolsillos en toda su miserable existencia, y me envió en autobús a un pueblucho de Oklahoma, donde me esperaba un colega suyo que se llamaba Clay, o Louis o Frazier o Robinson, bueno, como uno de los mejores boxeadores de la historia, qué carajo. El colega, cuyo aspecto era imposible asociar con el boxeo, físicamente era un blanco saco de huesos y hablaba poco más que una tumba. Cuando nos presentamos, solo me dijo que ya no me llamaba Rudolph Taylor, que esa persona había muerto, que mi nombre a partir de ese momento iba a ser Thomas Wilson, nacido en Kentucky, y que si no me gustaba, que me fastidiase, porque la documentación estaba de camino. El esqueleto con nombre de boxeador y yo nos alojamos en una pequeña cabaña de madera escondida en la profundidad de un apartado bosque, en el que todos los días practicaba durante horas para aprender a disparar un fusil. Llené todos aquellos árboles de proyectiles, a mediados de noviembre fui capaz de atravesar un cedro al incrustar cuatro veces seguidas una bala sobre otra, a la distancia de doscientos metros. Ese día el esqueleto murmuró “Estás preparado”. “¿Preparado para qué?”, le pregunté. “Preparado y punto”, respondió frunciendo su huesudo ceño, “Recoge tus cosas, nos vamos a Texas”. Más tarde me explicaron el plan, era cargarse al presidente, ni más ni menos que a JFK. Visitaría Dallas el día 22 y tres francotiradores, que no nos conocíamos entre sí, abriríamos fuego desde distintas posiciones y ángulos justo cuando su descapotable doblase Elm Street para irrumpir en Dealey Plaza. Recibiríamos mucha, mucha, mucha pasta, había peces muy gordos, gordísimos, detrás de ese golpe. El chófer del presidente era otro compinche, tenía instrucciones de mantener la velocidad del coche a quince kilómetros por hora, pasase lo que pasase. Pero os juro que no tuve nada que ver en el magnicidio, aunque al presi podría haberle perforado el cráneo fácilmente, estaba más que adiestrado para ello. En el último momento, cuando a través de la mira telescópica distinguí a su lado a Jacqueline, me vino el flash de una foto que había visto hacía meses en una revista, una enternecedora imagen de Kennedy en familia, jugando con sus hijos. Sé que no vais a creerlo, me importa un bledo, pero en aquel instante, en cuestión de segundos, pensé que un joven padre que juega con sus pequeños tiene todo el derecho a conservar su vida, a que nadie se la quite, para poder seguir haciéndolo. Así es que levanté el rifle y lo dirigí contra el francotirador que estaba en una azotea al otro lado de la calle, abatiéndolo de un certero disparo. Sin embargo no me dio tiempo de encargarme del segundo especialista, que efectuó puntualmente sus dos tiros. Esos condenados agentes del FBI, después de despachar a Oswald, me buscaron por tierra, mar y aire durante años, no podían imaginar que había emigrado a Alaska con otra identidad. Cada noche sueño con que podía haber acabado como cualquiera de los otros tiradores, esa gente solo quería seres anónimos para crearles una biografía ficticia, cargarles el muerto y liquidarlos. He tenido mucha suerte, aquí en el culo del norte, ejerciendo de solitario cazador, me he ganado bien los garbanzos y ahora, que tengo los días más que contados por culpa de la puñetera cirrosis, destapo la boca que he tenido herméticamente cerrada durante largos años, quiero desvelar, porque me muero y me da la gana, la realidad de aquellos hechos. Mi verdadero nombre es Ruddy Taylor y soy de Chicago.

miércoles, 15 de enero de 2014

El arrebato




La mujer que iba en el coche a mi lado volvió a señalar la berlina roja.

-¡Por Dios, no lo pierda! ¡Acérquese más! –exclamó nerviosamente.

-Señora, hago lo que puedo. Existen unos límites de velocidad.

La pasajera sacó un billete de doscientos euros y lo colocó sobre el taxímetro. Pisé a fondo y sorteando los tres vehículos que nos separaban me situé tras él.

-Póngase a su altura, a la izquierda.

Con una rápida maniobra cumplí las instrucciones. Mi acompañante bajó la ventanilla y descargó un pistoletazo contra el otro conductor. Frené en seco.

-¿Por qué se detiene? ¡Volvamos a la clínica psiquiátrica, rápido! –me dijo amenazándome con el revólver.



viernes, 10 de enero de 2014

Tensa espera



Ya me estoy empezando a mosquear…  Don Gennaro lleva más de una hora confesándose con el párroco de este pueblo infecto, perdido en medio de las montañas. En diez años a su servicio, es la primera vez que veo entrar al viejo en un templo. Pensaba que a los capos se la sudaba Dios y los de la sotana. Creo que el jefe comienza a chochear. Ayer sin ir más lejos, me dijo que vivo en pecado con Donatella, que deberíamos casarnos por la iglesia. ¡Espero que no esté hablando precisamente de eso con el cura! Mi padre era anarquista y le juré, convencido, que seguiría profesando su descreimiento. Me paso por el forro el Estado, la religión y todo lo que huela a convenciones sociales. Adoro a mi chica, pero antes de que me obliguen a casarme con ella, presento la dimisión y nos largamos con viento fresco. Cruzamos el estrecho y nos instalamos en Nápoles, allí trabajo no me va a faltar. Soy un profesional: nadie me iguala a disfrazar de accidente un asesinato.


viernes, 20 de diciembre de 2013

El aturullamiento




Juraría que la llevaba dentro del bolso. ¿Cómo puedo haberla perdido? ¡Dios mío, si este rímel no es mío! Y este pintalabios… ¡Vaya color horroroso! ¿Y esta cartera? ¡Mierda! ¡Pero si este no es mi bolso, éste es de Chanel! Ya sé: en la cafetería, cuando me he sentado al lado de esa rubia. Al irme me he aturullado y he cogido el  suyo en lugar del mío. ¡Joder, si lleva pasta la tía! Y cinco tarjetas de crédito. Se llama Susana. Pues que te den, Susana. Lo siento por ti, querida, no te asustes cuando veas la mano de Agustín. Puedes tirarla en cualquier sitio, es lo último que me quedaba de él.


jueves, 12 de diciembre de 2013

La pulcritud




Su conciencia no podría soportarlo. Así es que introdujo los restos en una bolsa, tomó la fregona y lavó el suelo del salón. Utilizando un paño humedecido con detergente limpió diversas manchas en la pared y los muebles. Quitó el polvo, dio brillo a los cristales. Agrupó unas revistas y ordenó con rigor los libros de las estanterías. De la alacena escogió un ambientador con el que roció las estancias generosamente. Cuando le pareció que todo estaba impecable cargó como pudo con el cadáver y se largó, después de frotar las suelas de sus zapatos en el felpudo de aquella vivienda extraña.


lunes, 2 de diciembre de 2013

Roles





Y nunca le recordaba lo que no se debía contar. No era necesario. Blas estaba convencido de que María tenía asumido su papel de víctima porque había nacido para serlo, porque estaba genéticamente programada para soportar insultos y palizas. Pero el verdugo se equivocaba. La noche en la que hubo un imprevisto intercambio de roles, la mujer se despachó seccionándole el cuello.


domingo, 1 de diciembre de 2013

Perro azar





Cuando despertó, la prostituta ya no estaba allí. Y si hay una cosa peor que darte cuenta de que no queda papel higiénico inmediatamente después de jiñar, es que una zorra, de la que no sabes ni su verdadero nombre ni su domicilio, trinque la bolsa de deporte en la que transportas cuatro kilos de coca por encargo de unos traficantes colombianos y luego se volatilice. Freddy estaba jodido, en ese momento hubiera deseado conocer a  David Copperfield para suplicarle que también a él lo hiciese desaparecer.

Pero aunque a veces el azar te pone la zancadilla y te pegas el gran leñazo, otras te cuenta un buen chiste que no conoces, te tronchas de risa y hasta consigues creer que llegarás a ser feliz. Eso ocurrió cuando sonó el móvil y su contacto dijo: “Freddy, nos equivocamos de bolsa, en esa solo hay café. Deshazte de ella. Nos vemos a las seis donde tú ya sabes”.


sábado, 30 de noviembre de 2013

El star-system



Brenda era una cantante famosa, aunque no lo suficiente para pasar a la historia. Yo, su enésima pareja, un infeliz músico con ansias de éxito y dinero, no precisamente por ese orden.

Estaba obsesionada por convertirse en una leyenda, lo que en su opinión exigía una muerte dramática y, además, prematura. Cuando me propuso suicidarnos juntos, noticia que debería acaparar las primeras planas de los periódicos y televisiones de todo el mundo durante los días y semanas siguientes, no solo evité disuadirla sino que bendije su brillante idea.

-Vamos a convertirnos en nuevas víctimas del star-system; tras tu muerte serás adorado por las mujeres de todo el mundo -me aseguró.

En el instante en que saltó desde la decimoséptima planta del Hilton saqué la cámara y tomé la fotografía que me ha hecho millonario, su última foto: se la ve dos pisos más abajo, con sus manos resbalando por el saliente del edificio. Recuerdo cómo me miraba, incrédula, musitando las palabras maldito cabrón.


viernes, 29 de noviembre de 2013

Tres buenas razones



-Nunca antes se planteó usted testificar, ¿verdad, Paolo?

-No entiendo la pregunta, Sargento.

-Quiero decir, que Don Fabrizio tenía comprado su mutismo y el del resto de la banda, que todos eran conscientes de que en boca cerrada no entran balas.

-Debería usted saber que en Sicilia acostumbran a amamantarnos en silencio, por eso después somos tan sumamente discretos.

-Entonces, ¿por qué se ha decidido ahora a cantar de plano?

-Alguien me ofreció tres buenas razones.

-Explíquese. ¿Quién fue? ¿Qué razones?

-El señor fiscal, debería hablar con él. Me llamó para asegurarme impunidad, protección y una recompensa millonaria. ¿Cómo puede alguien en sus cabales rechazar semejante oferta?


sábado, 23 de noviembre de 2013

Misión imposible




Tengo al muy inútil sentado aquí enfrente, balanceando su tórax adelante y atrás sin parar. Va a conseguir ponerme histérico. No entiendo cómo ese cuerpo descomunal aloja un cerebro tan microscópico. La ha cagado con todo el equipo y aún intenta justificarse.

-Jefe, son cosas que pasan. Somos humanos, cometemos errores. Era de noche. Fue un puñetero malentendido.

Con gusto le habría saltado todos los dientes de un guantazo. Le asigné esa operación únicamente porque su padre me lo suplicó; no sé negarle nada a mis amigos. Harry querrá morirse cuando se entere.

-Te dije que el tipo se llamaba King, K-I-N-G, ¿entiendes? Treinta tacos, caucásico, residente en el 138 de Bay Avenue. Y tú vas y te cargas a un negro llamado Quinn, Q-U-I-N-N, de cincuenta y muchos, que vive en el 138 de Abbey Street. ¡Zoquete!

El idiota se queda quieto, analizando el diseño del parquet. Luego levanta poco a poco la vista y con semblante entre serio y compungido tiene la santa barra de preguntar:

-Entonces, jefe ¿no me va a abonar este trabajo?


lunes, 18 de noviembre de 2013

El discurso



Hace décadas que el silencio se apoderó del ancestral caserón, cuyos paramentos colorean de esperanza la hiedra y otras enredaderas. La gente del villorrio, aunque encubre los detalles, asegura que en una de sus estancias se vivió una extraordinaria tragedia. Solo una vieja vecina intenta ofrecer explicaciones, pero le falta el habla. Extiende sus manos y luego las agita, dibujando en el aire lo que parecen puñaladas. Los curiosos visitantes soportan atemorizados un discurso indescifrable, construido con los gemidos más terroríficos, hasta que alguien pasa y les advierte: “No hagan caso a la muda, que está loca”.


lunes, 11 de noviembre de 2013

Haiku criminal




De madrugada,
voces desconocidas
al teléfono.

Lejano erial,
en medio de la nada.
Es una trampa.

Cinco disparos
abren cinco heridas
y me desangro.

Revolotean.
Malditos cuervos gritan,
huelen un amén.

No oscurece,
es la vida que huye.
Torpe venganza.

Tarde, pero sé.
Recuerdo tu mirada:
decía adiós.